"ATRÉVETE A SER TU MEJOR VERSIÓN" (c)
NO es otro libro a propósito de la felicidad.
NO es teoría conocida ni ‘consejos’ típicos tópicos.
No es un libro complaciente con el CdR (Club del Redil) porque no sigue la corriente ni pretende agradar sino despertar.
Este libro…
· Es el resumen de una vida humana (la mía) que supo mantener lo que trajo al nacer siendo fiel a sí misma para animar, enseñar, despertar, e inspirar a otros a ser ellos mismos sin disfraces y sin complejos.
· Versa sobre el bienestar interior y su verdadero generador que no es otro que eliminar todo lo que nos impide ser nosotros mismos.
· Hunde sus raíces en la autenticidad del alma, lo cual lo convierte en un libro mágico que enseña a librarse de complejos y de personalidades de supervivencia.
· Está basado en la praxis de la teoría expuesta y en la congruencia de caminar lo que hablo y viceversa.
· La verdadera clave de la Felicidad está en ser fiel a los principios propios.
· NO venderle el alma propia al diablo por nada ni por nadie es la verdadera clave del Bienestar Interior.
ÍNDICE
· HADADAMENTE
· © ARTÍCULO PUBLICADO EN ‘LA RAZÓN’ (29.05.19) QUÉ FÁCIL ES SER FELIZ
· NO SOY DE AQUÍ, NI DE ALLÁ, SINO DE MÁS ALLÁ…
· LOS VALORES DE MI ALMA
· NO TODOS LOS ÁNGELES TIENEN ALAS
· LA PIEDRA DE DIOS.
· Tres niveles: espiritual, emocional y humano.
· MÉTODO R.O.S.E.T.T.A … para que te crezcan las alas.
· Fase ‘R’
· Fase ‘O’
· Fase ‘S’
· Fase ‘E’
· Fase ‘TT’
· Fase ‘A’.
· PARA FINALIZAR… La inicial de mi apellido es la F de: fortuna, fama, fracaso, felicidad, fabricar, fortalecer, fomentar, felicitar, fallar, funcionar, furia, forjar, final…
Hadadamente.
Lo que siempre he ambicionado, desde que me alcanza la memoria humana, es sentirme bien interiormente. Nunca soñé con castillos, grandes fortunas ni príncipes azules sino con vivir en libertad siendo yo en toda mi extensión.
Me importa el AMOR en mayúsculas y con todas sus letras, es el valor que lidera al resto de mis valores y da sentido a mi experiencia humana.
Considero que el dinero es algo práctico que ni mejora ni empeora a la gente. Viene bien tenerlo puesto que paga cosas necesarias. Empero, más allá de eso, no me merece la pena prostituir el alma en ningún sentido por un poco –o un mucho-, de dinero (papeles de colores). Ello no significa que no quiera que mi trabajo sea pagado. No soy hipócrita ni tonta.
En este mundo humano actual, se nos ha hecho creer que más vale bienes, y ‘famas’, que persona. Craso error. Ni la fama ni el dinero, aunque vayan en grandes cantidades, nos libran del gran reto que representa vivir una vida humana con todas sus ‘sorpresas y desafíos’.
Nacer con la capacidad de disfrutar, es un don, un privilegio que facilita el vivir, una suerte de varita mágica que convierte en disfrutable, en vivible, en mágico… cualquier momento vital, ya sea un beso, un atardecer, un regalo (sin importar su precio o calidad), una llamada inesperada…
Hace tiempo que llevo barruntando este libro. Empero, por más que le abría la puerta, no salía. El punto de inflexión lo marca un acontecimiento, de esos que hubiese querido evitar en mi vida, pero no pudo ser: las diecisiete horas que pasé en la sala de espera de Urgencias en un hospital. Las emociones, que me atenazaron el alma durante esas horas, me abrieron la conciencia a otras dimensiones, haciéndome recordar y retornar a la memoria primigenia de mi alma. Desde entonces, he sentido la necesidad de compartir ‘algo’. Al principio, lo enfoqué desde el ángulo literal de las vivencias emocionales acontecidas en esas horas y sus posteriores días, semanas, meses… Sin embargo, no salía nada, no fluía. Así que, me rendí. Lo dejé reposar en el apartado ‘ya se verá’. Hasta que, un día, a raíz es escribir un artículo -‘Qué fácil es ser feliz’ para La Razón-, la compuerta se abrió y empezó a fluir el libro como suele suceder cuando éste ya está listo para salir del ‘horno creativo’.
Alas de luz -mi primer libro de este ciclo que toca a su fin-, es un libro personal, hadado y mágico, intimista, sincero, sencillo y espiritual o almista. Ninguna editorial lo quería publicar. Incluso, hubo un editor que se permitió el lujo de regalarme una sentencia disuasoria (según él, lo que yo escribía, no interesaba a nadie), amén de los que pasaron olímpicamente de mí. Afortunadamente, la R de mi nombre no rima con ‘rendirse’. Tengo más moral que el alcoyano. Mi perseverancia y cabezonería -cuando me empeño en algo, acabo por hallar una salida y sino abro un agujero en la pared… Obviamente, no literal…-, dieron sus frutos con el tiempo. No sólo me rechazaron en todas las editoriales a las que envié el manuscrito, también los agentes literarios me dieron calabazas. Nadie creía en mí, aparte de mi misma. Dicen que con que uno crea en sí mismo, ya basta. Al menos, en mi caso, fue así. Con el tiempo (2006), Booket/Planeta publicó el libro.
Este libro, que es una suerte de ‘cierre’ y ‘apertura’ a la vez, de celebración y de jubilación -con ello quiero decir que cierro una etapa y abro otra que ya se verá a dónde me llevará-, se fue desvelando a medida que lo escribía. No tenía ni idea de lo que iba a ‘escribir’ o a ‘canalizar desde mi alma’ al día siguiente o a la página siguiente. Pero si tenía claro dos cosas:
1-El tema: compartir mi fórmula personal de la felicidad o del bienestar interior, esto es, cómo llevo haciendo toda mi vida, incluido los ‘ensayo-error-aprendizaje’, lo que he aprendido de otros, las conclusiones de más de veinticinco años de trabajo con muchas personas a nivel individual y colectivo. Y, lo que vino conmigo al nacer, las enseñanzas que iban incluidas en mí ‘disco duro’ o alma.
2- Que lo iba a escribir con la libertad, la sinceridad y la plenitud que me otorga el ser consciente de mí misma y de que sólo tengo esta vida para disfrutarla y para aportar mi toque de varita hadada o ‘granito de arena’ a que la gente disfrute más de la vida al atreverse a ser ella misma sin caretas, sin miedos, sin disfraces, sin tapujos ni auto ostracismos de ningún tipo.
👑RF👑
QUÉ FÁCIL ES SER FELIZ
Según nos contó Punset, la felicidad es la ausencia de miedo. Según nos cantaba Palito Ortega, en su canción ‘Felicidad’, todo se debía al amor. Se puede ser feliz y no estar feliz. El ‘estar’ depende de situaciones o resultados externos. Mientras que, el ‘ser’, está relacionado con valores y creencias, con la esencia del ‘yo’. Muchos no saben ser felices y se hacen depender (y, viceversa) en demasía de los ‘resultados’, los cuales, aunque queramos, no podemos controlarlos al cien por cien. Quien aprende a sortear las dificultades o ‘cabalga la ola’ –como dicen los surfistas californianos-, esto es, se adapta a las circunstancias, si sabe ser feliz. Tanto la expectativa sobre los resultados, como el hacernos depender emocionalmente de los mismos, son fuente de infelicidad. El círculo vicioso: quienes tienen una relación tormentosa con la frustración (no aceptar los efectos que ni gustan ni querríamos), son proclives a ahuyentar la felicidad de sus vidas y a envolverse en el miedo a un resultado, que les decepcionará, redunda en insatisfacción. El mayor, o menor grado, de dependencia emocional de los logros, tiene que ver con la autoconfianza y la autoestima. Cuanto menor sean éstas y mayor la exposición que tengamos a la opinión pública, o de los demás –esto, no es sólo cosa de los políticos-, mayor serán el miedo y el riesgo de decepción frustrante. Ser feliz, es fácil. Basta con fomentar el quedar bien con uno mismo, y pasar del querer contentar a los demás (actitud y conducta que, a su vez, refuerzan la autoestima). El miedo nos desenchufa de nuestras capacidades y de nuestra alma, y el optimismo y la gratitud son grandes generadores de felicidad. Que la vida se enfoque cómo si nada fuese un milagro o como si todo fuese un milagro, depende del amor… a uno mismo.
© ARTÍCULO PUBLICADO EN ‘LA RAZÓN’ (29.05.19)
ADIÓS, MUNDO CRUEL
© ARTÍCULO PUBLICADO EN ‘LA RAZÓN’ (8.01.20)
Ha finalizado esa época del año en la que ‘todo’ se envuelve en felicidad. Sin embargo, ser infelices, desgraciados, sentirse un fracaso vital no desaparece a ritmo de calendario. Cada cual tiene sus motivos para vivir o para seguir respirando (no son lo mismo). Mientras hay quienes, con el año nuevo, se hacen promesas vanas de mejorar su vida otros optan por el ‘atajo’ -vía exprés de no retorno-, al no soportar el peso de una existencia quizás anodina, quizás desatendida, quizás incomprendida. El postureo ha tomado el mando a distancia en la sociedad e importa mucho el cambio climático o que los animales no sufran (todo ello muy loable). Sin embargo, la infelicidad es invisible, el dolor no tiene derecho a manifestarse y a la tristeza no la invita nadie a tomar el té. Demasiada máscara, impostación e insensibilidad. ¿Qué querrá transmitir quien opta cortar el hilo de su vida? ¿Tan desesperado se encuentra que ni siquiera le alcanza el consuelo de su ángel? ¿Tan insoportable es el peso de la amargura para que no haya remedio ni solución para sus problemas? ¿Acaso no piensa en esos a quienes dejará sumidos en la desesperación o la culpa al no haberles dado la oportunidad de, al menos, preguntarle ‘por qué’? Quien sabe lo que pasa por la cabeza, corazón o alma de quien decide largarse con un adiós huérfano de explicaciones y repleto de interrogantes. En vez de fomentar el bienestar espiritual, vivimos envueltos en hipocresía, en la obligación de pretender felicidad de cara a la galería. En vez de regalar amor, se ofrece indiferencia envuelta en celofán. Y, cuando caen chuzos de punta, el materialismo carece de alas en las que cobijarse. El suicidio nunca debería ser un grito en el silencio ni la indiferencia aplastar el alma. No hay adiós sin razones.
NO SOY DE AQUÍ, NI DE ALLÁ, SINO DE MÁS ALLÁ…
Dicen que las personas nos tornamos deslenguadas con los años. Que, a partir de cierta edad cronológica, nos damos permiso para decir lo que pensamos y no nos cortamos ni un pelo. En mi caso, nací ya mayor, muy mayor, o sea, siempre he dicho lo que me ha pasado por la varita. Por eso, todo lo que encontrarás en este libro es autenticidad y singularidad pura. No pretendo dar lecciones, sino compartir la realidad de mi vida humana. Soy una persona normal. Lo extraordinario en mí, como suele suceder con todas las personas, es invisible al ojo humano y sólo el alma puede percibirlo.
No me han sucedido grandes desgracias, tampoco grandes suertes. Lo cual no significa que no me tenga que esforzar ni que no me hayan dado (y me sigan dando) con la puerta en las narices ni que haya carecido de ‘momentos mágicos’ –los he tenido, y muchos-.
¿Cuál es la clave?
¿Qué es lo que marca la diferencia?
No lo sé.
Sinceramente, no tengo la respuesta.
Lo que tengo son mis realidades (la praxis de mí vida) y mis hipótesis —las cuales me sirven hasta que dejan de hacerlo. Porque, en la vida, llega un momento en que todo se queda obsoleto, hasta uno mismo—.
En mi acontecer humano, en conjunto, soy afortunada. Ha habido periodos en los que todo me ha fluido y otros, en los que he tenido que arremangarme y remar a conciencia. Hace años me leyeron la mano en dos ocasiones dos personas distintas: una, aquí en España, otra en Estados Unidos (un escritor de libros New Age, oriundo de New Zeland). Mientras que el primero me dijo que tenía muy buen destino, el segundo me aseguró que todo lo que me proponía lo conseguía a pesar de que me lo tuviese que currar mucho. La gente envidiosa es uno de los obstáculos recurrentes en mi vida. Por envidia, o por lo que sea, los envidiosos me han dado la espalda, traicionado o, en el mejor de los casos, tan sólo me han ninguneado.
Mi vida es una sucesión de hechos fortuitos. He terminado por lograr lo que quería, mis sueños (no todos, de momento) se han hecho realidad. Eso sí, a su manera, que son muy suyos, como yo.
Cuando terminé COU, decidí marcharme a estudiar a Barcelona. Estando en segundo curso en la Universidad, antes de las vacaciones de Navidad, tuvimos un contratiempo unos amigos y yo en un coche que me impidió asistir a las clases durante unas pocas semanas. Cuando, después de Reyes, retomé las clases, me encontré con que el profe había solicitado unos trabajos. Al no haberme enterado de ello, le supliqué que me diese una oportunidad en forma de moratoria. Me concedió hasta el viernes de esa misma semana, estábamos a lunes, de plazo extra para hacer lo que mis compañeros de clase habían tenido tres semanas de tiempo. Lo logré. El día, que dio las notas, me preguntó si no quería trabajar en una agencia de publicidad, puesto que, según él, tenía mucha madera creativa. Yo, que quería ser periodista, o reportera para más señas, me encontré diciendo: ‘es la ilusión de mi vida’. El profesor me dio el número de teléfono del director de una de las agencias de publicidad del mismo holding en él también era director. Le llamé varias veces. Y, cuando por fin logré que me dieran ‘audiencia’, esto es ‘llámele tal día a tal hora’, resultó que ese día me pilló viendo la película ‘Ha nacido una estrella’ de Barbra Streissand. ¡Menuda casualidad! Me tuve que ausentar del cine para salir a la calle y llamarle desde una cabina (entonces no existían los móviles). Cuando volví a ver de nuevo la película ‘no me acordaba de muchas cosas’. ¡Cómo me iba a acordar!, si me había ausentado de la sala. Lo logré. Entré en la agencia, pero no en el departamento creativo sino en el de marketing. De esta agencia pasé a otra. Mi nivel y calidad de trabajo era muy valorado en el grupo, por lo que me recomendaron. Ahí empecé a toparme con personas, mujeres para más señas, que por celos, por un sentirse inferiores a mí, se dedicaron a hacerme la puñeta. Siempre conseguí salir bien librada. Lo cual no significa que, mientras duró el ‘acoso’, no lo pasase mal. Lo pasé muy mal, requetemal.
Soy de espíritu americano, es decir, me apunto a la meritocracia y paso de la amiguitocracia o las cuchipandas. Así me ha ido… -lo digo con sorna a la par que con orgullo-. He sido muy fiel a mis principios. Mi dignidad está en muy buen estado, si bien el precio que he pagado ha sido el de que me hayan dejado de lado en múltiples ocasiones. Puede que formase parte del plan y sea algo kármico. Sea por la verdadera razón que sea, a pesar de todo y con todo, el balance es muy positivo. Yo sigo manteniendo la luz y la alegría que vino conmigo a la Tierra, una que mostré nada más aterrizar. Estoy abonada a la máxima de ‘prefiero vivir un día de pie que toda mi vida de rodillas’.
Decidí que mi etapa en las agencias de publicidad en Barcelona había llegado a su fin viendo las opciones de progreso profesional que, al menos para mí, eran muy limitadas. Así que decidí emigrar a Madrid. Fue muy curioso que, unos meses antes de que surgiese la oferta/posibilidad que atendió mis ruegos, me hicieron otra oferta. Se trataba de una agencia multinacional en Barcelona, de lo bueno, lo mejor (Bassat Ogilvy). El puesto era de directora del departamento de Medios (en ese momento, yo tenía 24 años). Me hizo una ilusión bárbara. Me reuní con el director del departamento, al que yo iba a sustituir –él pasaba a otro nivel en la misma empresa-. Aprovechó para presentarme a la gente del departamento. Cuando se cerró la puerta del despacho común donde estaba el equipo, se oyeron unas sonoras risotadas. Tiempo después me enteré de que lo hicieron con el propósito de asustarme y de que rechazase la oferta. Mi futuro colega de agencia, me recomendó anunciarle al director de la agencia donde yo trabajaba en ese momento, que dejaría la empresa en dos semanas ya que, en cuanto regresase el director general, que estaba fuera por razones de una campaña internacional, firmaríamos el contrato. Fuera porque tengo un sexto sentido o por lo que fuese, decidí mantener la boca cerrada y esperar. Me callé cual tumba y nunca conté nada acerca de esa oferta. Hice bien en callarme. Acerté. Nunca más supe de ellos. No me llamaron ni siquiera para decirme ‘hemos cambiado de opinión’. Nada de nada. No era mi destino. Pocas semanas después, me llamaron de una agencia multinacional de Madrid (Y&R), eso sí fue un sueño hecho realidad. En este caso, no hubo casualidad sino causalidad o un ‘aviso’ de la que se avecinaba para mí. En el avión, en el viaje de ida para la entrevista, se sentó a mi lado el arquitecto que había diseñado el edificio Windsor, el mismo en el que, en ese tiempo, estaba ubicada Y&R. Mi compañero de asiento, cuando le conté a que iba a Madrid me dijo proféticamente: ‘El puesto es tuyo. Soy el arquitecto que ha diseñado el Windsor’. Y, así fue. Me dio su tarjeta. Al llegar al vestíbulo pude comprobar que, el nombre que figuraba en la placa en el interior del edificio, era el suyo.
La entrevista de trabajo también tuvo su anécdota. Era la única mujer candidata, el resto eran hombres. Todos ellos mejor preparados que yo en cuanto a que hablaban inglés -yo sólo lo chapurreaba, en ese entonces-, tenían más edad que yo, e incluso, alguno de ellos, había estado haciendo un ‘stage’ en la oficina de Chicago. ¿Por qué me llamaron? ¿Qué pasó que inclinó la balanza e hizo que se decidieran por mí? El que sería mi jefe, fue quien me entrevistó –PM, son las siglas de su nombre-. En un momento dado de la entrevista, me explicó que buscaban a alguien con unos seis años de experiencia (yo los tenía). Pero, añadió que, a mi edad más o menos, una mujer, de casarse, pensaría en tener hijos. En lugar de sentirme cohibida, me levanté de la silla como si me hubieran pinchado en el culo, y solté muy digna: “Salta a la vista que soy mujer. Eso ya se sabía antes de hacerme venir a Madrid a la entrevista. He mentido para venir. Estoy muy ocupada, tengo mucho trabajo y tendré que trabajar el fin de semana… Así que, me lo podrías haber ahorrado’. PM, (posiblemente uno de los mejores jefes que he tenido), un hombre muy educado, inteligente, competente y buena persona, no salía de su asombro. Muy asertivamente me dijo: ‘Por favor, siéntate. Contigo hemos cambiado de opinión.” Cuando, tiempo más tarde se lo conté al director de Marketing de La Casera (en esos momentos era uno de los anunciante de la agencia de Barcelona en la que yo trabajaba), me dijo que él, a la vista de mi actitud, también me hubiera contratado. Me pasé el fin de semana super nerviosa. De haber hecho caso a mis amigos, podría habérmelo ahorrado. El lunes por la tarde, me llamó PM para confirmarme que era yo la elegida. Mi periodo en esa agencia, mientras estuvo PM, fue el mejor de mi toda etapa profesional en agencias de publicidad. Cuando él se marchó a otra agencia, me propuso como directora del departamento. Empero, fue la única vez en mi vida en la que me discriminaron por mi acento (en esos momentos, era muy catalán. Lo cual era lógico dado los años pasados en Barcelona y la facilidad que tengo para pillar los acentos), y por mi carácter. El presidente alegó que no quería otra mujer con tanto carácter como el mío en un puesto directivo, puesto que con IY (la directora creativa) había quedado servido. Contrató a un profesional mediocre, experto en peloteo -nunca en mi vida, ni antes ni después, he conocido a nadie tan adulador, tan servil y lame c…-, tenía un complejo de inferioridad mega, mega, requetemega, enorme que disimulaba muy bien. Tanto me harté de él que tan sólo aguanté seis meses a su lado. Me busqué una oferta en otra agencia de publicidad y me fui. Dos agencias de publicidad más tarde, llegó a mi vida la ‘cojo-oferta’, o sea, una oferta cojonuda. El cómo logré ser la ‘elegida’ no estuvo exenta tampoco de anécdotas. Era la tercera vez que me sucedía, lo cual me llevó a desarrollar la idea de que cuando algo era para mí, ya fuese bueno, malo, regular, o excelente, no me lo podía quitar ni Dios.
En esa ocasión, fue un ‘headhunter’ quien me propuso como candidata. De todos los candidatos, el director general decidió apostar por mí. Empero, el presidente tenía su propio candidato e hizo valer su poder. Por consiguiente, a punto de alcanzar la meta, alejaron el ‘oro’ de mis manos. Me quedé compuesta y sin puestazo (me habían ofrecido ser directora de un departamento doble y miembro del consejo de dirección de la agencia. Contaba tan sólo 29 años). No obstante, estaba escrito en las estrellas. Un mes más tarde, y muchas elucubraciones, acerca de cómo haría para conseguir otra ‘cojo-oferta’, después… Una noche, a la hora de la cena, sonó el teléfono en mí casa. Era el headhunter. Al descolgar y oír su voz, le afirmé muy resuelta: “Han vuelto a por mí… Bueno, dejémonos de bromas. ¿Cómo es que me llamas a estas horas?” Se hizo un silencio sepulcral. Al cabo de unos instantes, que se antojaron horas, el headhunter recobró el habla, se había quedado anonadado. Me preguntó cómo podía haberlo sabido. Así era, volvían a por mí. Y, habían mejorado la oferta.
Esta vez, el Universo me sirvió un pastel envenenado. O, sería más justo decir que ‘tenía bicho’. En el departamento había una mujer que aspiraba a mi puesto, para el cual no estaba, ni de broma, cualificada. Sin embargo, ella no era de la misma opinión y trató de hacerse con el puesto acostándose con el director de otro departamento (esto me lo contaron otras personas en la agencia, meses más tarde). Ese director ni pinchaba ni cortaba en cuanto a mi contratación, razón por la cual, las estratagemas de esta mujer no lograron su objetivo generándose en ella una frustración tremenda y me lo hizo pagar a mí como si yo hubiese tenido la culpa de su falta de sentido común y de profesionalidad. Ella fue ‘el bicho’. Se dedicó a criticarme a mis espaldas, malmetió todo lo que el director general le consintió hasta que, meses más tarde, la despidió. He tenido mala suerte con las damiselas de diadema floja. Y, con los caballeros de armadura oxidada, también.
La realidad, o mis vivencias de lo acontecido, es que he tenido más ángeles en mi camino que cabronas, cabroncetes y capullos (fueron pocos, pero han jorobado lo suyo). Nunca he sabido cómo, a pesar de todo, he logrado salir indemne del ‘castañazo’. Dolorida, pero entera.
Años más tarde, después de todas estas aventuras publicitarias, soñaba con estar en un programa de televisión. En el mes de junio (2005), me llamó una periodista para que le echase una mano en un reportaje que estaba haciendo sobre el metalenguaje no verbal. Me prometió, a cambio del favor, poner mi nombre y mencionar tanto mi página web como el título de mi último libro (en ese momento era ‘En busca del hombre metroemocional’, publicado por RBA). No cumplió casi nada de su palabra: tan sólo mencionó mi nombre una vez. Fue suficiente. No se publicó en el mes de julio sino en septiembre. Era el destino. Cuando mi madre lo leyó, me comentó que le sonó familiar lo que leía hasta que llegó al final del artículo y vio mencionado mi nombre. Recuerdo que le comenté que con sólo mi nombre no me encontrarían. A lo que ella respondió: “El que te quiera encontrar, te encontrará”. Fue profético.
A finales de septiembre, me llamó mi agente literario, para preguntarme si aceptaría que me llamasen los de una productora de televisión. Buscaban a una coach para una sección de coaching en un nuevo programa de televisión. Resulto ser ‘Channel4’ (Cuatro). De camino, el día que tenía la reunión con el director y el subdirector del programa, me topé con un bar que tenía por nombre ‘Fortuna’. Me lo tomé como un guiño del destino. Al finalizar la reunión, el subdirector dijo: “Ya te llamaremos”. Afortunadamente para mí, su inconsciente le traicionó y añadió: “Uy, qué mal ha quedado eso”. El redactor que me había descubierto, me acompañó hasta la puerta, y aprovechó para darme su veredicto: “Les has caído fenomenal”. Así era. Camino de la salida nos cruzamos con la jefa de producción y con la que, con el tiempo, se convertiría en la directora del programa, mi jefa.
Fue una etapa extraordinaria de mi vida. Aprendí y me divertí. Conocí a gente que, de no haber sido colaboradora, nunca les hubiese conocido: entre ellos, a Julio Iglesias, mi ídolo de juventud. Pero, como suele sucederme, los regalos siempre, siempre, al menos hasta la fecha, llevan ‘bicho’. Aquí también me lo encontré. Una de las colaboradoras me cogió mucha manía. Y, todo porque logré hacerme con un puesto gracias a mi inteligencia, profesionalidad y actitud asertiva. Ella no soportaba que yo brillase siendo como era, una desconocida que carecía de enchufe en las alturas y que no salía en las revistas del corazón, como era su caso. Quiso que me echaran del programa. No lo consiguió. No la apoyó ni su amigo. En este caso, la meritocracia si funcionó, me sirvió tanto para lograr el puesto como para mantenerlo. Me valoraron. Me sentí muy apreciada, profesionalmente hablando, como pocas veces me he sentido y lo han hecho. La esponsorización positiva es agua bendita. Si, además de recibir la de los demás, la auto-practicamos, la dicha es estratosférica.
Mi vida profesional no terminó cuando la cadena Cuatro eliminó el programa de la parrilla… No lo voy a contar todo aquí. Sigue leyendo y sabrás más. La vida es una caja llena de aventuras…
LOS VALORES DE MI ALMA
Quien desconoce o vive al margen de sus ‘Valores & Principios’, ignora el porqué de sus malestares emocionales y de sus inquietudes existenciales así como el origen de los problemas y de los conflictos en sus relaciones interpersonales.
· NUNCA quise ser famosa. No es una pose, ni una manera de atraer a la gente o de llamar su atención. No me pirra la fama, sencillamente porque soy muy introvertida. Dicho de otra manera, soy una extrovertida social con una gran vida interior.
· SIEMPRE he querido ser feliz, libre, vivir a mi manera, hacer lo que me apeteciese, estar contenta, sentir como el aire esponja mis alas y me eleva por encima de la cuota de vulgaridad de todo lo terreno. La fama es muy pesada a nivel energético, genera mucho karma, y yo, de eso, quiero irme ligera de equipaje. Las personas sabias, según he leído en sus libros, opinan que las almas más avanzadas no suelen pedir para sí mismas el ser famosas. Sólo las más inmaduras (a nivel espiritual) o jóvenes piden ‘fama’ a grandes dosis. Estoy por darles la razón. La fama y el dinero no cambian a la gente, simplemente ponen de manifiesto lo que cada uno lleva en su interior, lo que es. Estoy comprometida con ser lo mejor que me ha pasado y hacer el bien a cuántas más personas mejor. La fama alimenta eso que la gente llama ‘ego’, y marea mucho. Con lo gratificante que es la libertad y el no ser un modelo a seguir por nadie. Me trae al pairo quedar bien con la gente. Yo sólo aspiro a quedar bien con mi alma. Si el quedar bien con los demás o el no quedar mal es acosta de mi integridad, que no cuenten con ello. Yo opto por el respeto a mí misma y vivir acorde a mi escala rosettiana de valores. Mi alma no se alquila ni se vende.
· NUNCA he querido tener seguidores. No he venido aquí, a la Tierra, para fomentar el seguidismo sino para animar a la gente a ser lo mejor que le pasado. Ello pasa, necesariamente, por seguirse cada uno a sí mismo. Una cosa es admirar y otra muy diferente, idolatrar. Edgar Cayce opinaba que cada persona es igual de importante para el Universo, que todas las misiones son igual de valiosas, que todos contamos, no importando si hemos venido a influenciar a una o a millones de personas. Por eso, yo no quiero tener seguidores, sino compañeros de viaje vital, gente que honra mi hadada luz. El resto, no me interesa. No me interesa la gente que me ensucia las alas, o que me echa alquitrán a las mismas porque envidia mi luz, y pretende igualarme hacia abajo. He aprendido que ni todos pueden ver la luz, ni todos quieren. No se puede gustar a todo el mundo, ni Dios lo logra. Y, ello, además de lícito, es muy sano, amén de retador, divertido y revelador.
· NUNCA he querido avivar el fuego del sufrimiento, ni el coleccionar ‘cupones de estrés o de sufridos’. Muy al contrario, quiero animar a la gente a visitar más el lugar de la alegría en su alma en vez de pasarse la vida disociados de sí mismos y alimentándose del ‘martirologio’. Estoy convencida de que los problemas son simplemente situaciones y de que cada uno decidimos cómo queremos abordarlos. Hay quien, por ejemplo, monta un pifostio de tres pares de narices a propósito de haber perdido unas gafas, o de que le hayan rayado el coche. En cambio, otros ante un diagnóstico de enfermedad grave, reaccionan con serenidad y fe. La aceptación es clave. Aceptar lo que nos acontece nos permite fluir con los eventos, sortearlos como el agua, vencerlos o simplemente dejarnos llevar por la corriente hasta playas de sorpresa. No siempre es bueno luchar contra los elementos. No siempre es bueno dejarse llevar. Todo depende del fluir. Por lo que practicar el asumir la cuota necesaria de frustración, es otra de las claves. Cada uno de nosotros decidimos cuánto, cómo y a propósito de qué o de quién nos queremos hacer sufrir. El sufrimiento se elige, lo elegimos al elegir la actitud con la que queremos abordar los sucesos que nos acontecen. Los acontecimientos están ahí, son producto del vivir en Humanidad. ¿Sufrir o surfear la ola? Cada cual elegimos. Por eso he elegido no sacar de mi esfera íntima mi vida personal, sacando tan sólo a pasear lo que lleva la etiqueta de ‘profesional’. Mis sentires, mis padeceres, mis aconteceres… son míos, no mercancía para ser intercambiada por ‘admiradores’ o ‘seguidores’. No necesito usar mi vida personal, y lo que en la misma hay, para atraer a la gente. O la gente se siente atraída por el producto resultante de mi mente, alma… o no hay otra. Mi padre, un día, me dijo que, para atraer lectores a mis libros, debería inventarme que él me pegaba, que tuve una infancia dura, infeliz, chunga… Lo decía en broma, claro. En serio, jamás insultaría a Dios, al Universo, a eso que es más grande e inmenso que yo, a mi alma, con una mentira semejante. Yo quiero que la gente sepa que es normal y posible tener una infancia feliz. Que lo anormal es no tenerla. Tener unos padres que no te amen es anormal. Una familia que no te ama, va contra las leyes del Universo. Los chinos sostienen que no tener familia es la peor de las desgracias. Mis padres también tuvieron una buena infancia. El carecer de dinero no significa que la infancia vaya a ser mala. Si hay amor, se es afortunado pues se posee la mayor de las fortunas, esa que escapa al dinero. Se puede tener dinero y ser un miserable, un pobre de alma. Se puede carecer de dinero y, sin embargo, ser afortunado.
·
NUNCA he querido ser la más rica del cementerio.
Por ello he antepuesto el respeto a mi dignidad e integridad al besarle el culo a alguien o el tragar sapos, como vulgarmente se dice. Me he negado a ser ‘la negra’ de alguien famoso, aunque ello supuso quedarme sin contrato en una editorial. Me he negado a tragar con mentiras o con amenazas o con extorsiones varias o propuestas indecentes, con tal de tener un contrato o un cliente en consulta. Un día paseando por el camposanto de mi ciudad con mi madre (habíamos ido a llevar flores a la tumba de mis abuelos), comentamos los mausoleos o casoplones mortuorios que algunos se habían hecho. Mi madre dijo que era para que se supiera que eran ricos. A lo que yo respondí que, mausoleo o enterrados en el suelo, todos estaban igual de muertos. Nos reímos ante esa realidad imposible de obviar. ¿Para qué quiero atesorar dinero a costa de mi salud? El dinero ni cruza la frontera del más allá ni sirve para sobornar al ángel de la muerte. Leí una historia, de esas escritas para mover a la reflexión, que a un rico empresario que se había pasado la vida trabajando para amasar una gran fortuna, le llegó su hora. El ángel de la muerte se presentó en su despacho para llevarle con él. El empresario, acostumbrado a negociar, le ofreció mucho dinero al ángel para que le concediera unos años de prórroga. El ángel no claudicó. El empresario no se dio por vencido y, a cada negativa del ángel, le ofreció más de su fortuna, llegando incluso a ofrecerle toda su fortuna si le dejaba permanecer un día más en la Tierra. Ni por esas. No obstante, cuando éste le pidió diez minutos para escribirle una carta a su familia se apiadó de él. En la misiva les exhortó a vivir la vida, a emplear su tiempo de vida en vivir, en disfrutar y no malgastarlo en hacer dinero, puesto que llegado el momento crucial, el dinero no servía para comprar tiempo. Mi padre se jubiló a los sesenta años. Prefirió menos paga y más tiempo, para hacer lo que tanto le gusta: vivir. Yo voy camino de seguir su ejemplo.
· NUNCA me he sentido inferior, por más que muchas personas se han empeñado en hacerme sentir así. Por eso no le hago la pelota a nadie. Por eso escojo a la gente que quiero que forme parte de mi ‘mundo hadado’. Las personas que me han tratado con displicencia las he puesto a buen recaudo fuera de mi universo. Hace un tiempo, una mujer empresaria, muy importante en el mundo de los negocios, me dejó fuera de un proyecto en el que ella me pidió participar (fue la primera y la última vez), debido a mis honorarios. El argumento que usó para ningunearme y tratar de humillarme (o sea, igualarme hacia abajo), fue que otro que había trabajado en la ONU y con super cargos, tenía un ‘fee’ o caché inferior al mío, o sea que pedía menos dinero del que yo pedía por el mismo tipo de trabajo. Mi conclusión fue que o pagaba por las apariencias o, simplemente, no me valoraba lo más mínimo ni me conocía aún a pesar de, según ella, haber leído algunos de mis libros. Este evento me recuerda aquella historieta que leí en un libro que encontré en la Feria del libro de Frankfurt hace unos años, titulada ‘Saber dónde dar’ (To know where to tap). Cuenta la historia que, a un industrial, cuyo lema era ‘Tiempo es dinero’, se le había estropeado la caldera principal en la fábrica. Mandó llamar a los mejores ingenieros de Londres, pero ninguno consiguió dar con el problema, y por lo tanto, darle una solución. Estaba al borde de la desesperación cuando acertó a pasar por allí un operario con su maletín de herramientas. Le dijo que había oído que tenía problemas y, que él se los podía solucionar. El empresario estaba tan desesperado que aceptó su ofrecimiento, así que le llevó hasta la caldera estropeada. El operario abrió su maletín, cogió un pequeño martillo y empezó a dar golpecitos en la caldera. Golpeaba y escuchaba, golpeaba y escuchaba, golpeaba y escuchaba... Después de un rato, que al empresario se le antojó eterno, rebuscó en su maletín, sacó otro martillo y decidido se fue directamente a un punto en la caldera, y golpeó con determinación. ¡Se obró el milagro, la caldera volvía a funcionar! El empresario no cabía en sí de gozo. Le pidió que le enviase su minuta: “Doble sus honorarios. Se lo pagaré encantado”, le dijo entusiasmado. No tardó en llegar la factura. Cuando el secretario-contable se la mostró al empresario, éste se enfureció: “No puede ser. ¿¡Cómo se atreve a cobrarme esa cantidad!? Aquí han venido los mejores ingenieros de Londres, estuvieron mucho tiempo… Y, este simple operario, por dos golpecitos de nada pretende cobrar cien libras. ¡Ni hablar! Pídele en concepto de qué quiere esas cien libras”. El secretario-contable así lo hizo. La respuesta no se hizo esperar:
- Por el tiempo empleado: 1 libra.
- Por saber dónde dar: 99 libras.
Así me ocurre a mí, sé dónde dar. Mis honorarios no son por ser ex publicista, o alta y rubia, o famosa o ex de fulanito... Sino, por saber ‘dónde dar’.
· SIEMPRE he sabido que no soy de este mundo. Desde pequeña me recuerdo admirando las puestas de sol, y diciéndome a mí misma que provenía de un lugar más allá del sol donde no existían las enfermedades, ni el odio, ni las guerras. Años más tarde, cuando vi la película ‘City of Angels’, protagonizada por Nicolas Cage y Meg Ryan, al ver la escena en la que los ángeles se reúnen en la playa al atardecer para escuchar la música que toca el Universo, me sentí plenamente identificada. Me he topado con personas que se han burlado de mis ideas ‘hadadas’. ¡Qué le voy a hacer si hay gente que no puede ver más allá de sus narices! Empero, no les culpo puesto que hay mucho iluminado y farsante suelto. Yo tampoco me creo a todo el mundo, será porque veo las máscaras y descubro a los falsos. Una vez reconvertida en escritora, sin cargo, y sólo con mi nombre como credenciales, ha habido gente que me ha tratado con mucha displicencia asumiendo que era ‘ama de casa’, o ‘desocupada’. Y, todo ello, porque lo asociaban a ‘inculta’, ‘falta de conocimientos’ e incluso, ‘tonta’. Nunca he pensado que una persona por su ‘status o falta del mismo’, ‘ocupación o su ausencia’ o ‘nivel de estudios o su inexistencia’, fuese a ser menos que otros que tenían ‘nivel alto’. La inteligencia se ve en el rostro de la persona, los ojos siempre delatan. En cambio, el currículo no se ve, por lo que se ignora a menos que una persona lo saque a pasear. Personalmente, prefiero centrarme en la información que me transmite esa persona con su actitud, soy de dejar que su alma se exprese. Excepto que vaya a contratar a alguien para un trabajo determinado, su currículo no me interesa. He conocido a gente con importante carrera universitaria que, como seres humanos, no eran de mi gusto hadado. En cambio, he conocido a personas sin estudios de altos vuelos, que eran excelentes ejemplares de seres humanos. También me he topado con la combinación ganadora: grandes titulaciones y gran calidad humana. Y, ¡cómo no!, con pobres de espíritu sin formación académica. De todo hay en la vida. Afortunadamente para mí, tengo personalidad y carácter para poner límites, y tablas para relacionarme con todo tipo de profesionales del mundo mundial merced a mi profesión anterior.
· SIEMPRE he tenido claro que lo más valioso de este mundo es la persona, su interior. Mi abuela María Rosseta sostenía que más valía persona que bienes. Ella era muy sabia. Mi familia humana, que es, a la vez, mi clan de alma, me ha transmitido valores muy sólidos. Tal vez, sólo me los recordaron puesto que yo ya los traía conmigo. O, quizá me reuní con ellos aquí porque era el mejor grupo/familia desde dónde proseguir mi viaje humano. De hecho, a mi madre la llamo ‘mi aeropuerto humano’. Yo no nací de ella, simplemente aterricé en la tierra a través de ella, de ahí lo de ‘aeropuerto’. Cuando he olvidado, o dejado de lado mis orígenes de alma, lo he pasado mal, rematadamente mal. Mi madre suele recordarme que la alegría no es algo que yo haya desarrollado a lo largo de mi existencia, sino que nació conmigo y, simplemente, la he mantenido a salvo de depredadores humanoides. No todo lo que acontece en la vida humana me gusta, pero lo acepto porque forma parte del contrato. Mejor aceptarlo que crearme un problema con ello. Procedo como el agua que, en lugar de pelearse con los obstáculos que salen a su paso, los reencuadra.
· SIEMPRE me ha gustado estar en compañía de la naturaleza, del cosmos. Al estar siempre en compañía del Universo, nunca me he sentido sola sino arropada, protegida y amHada. Nunca me ha faltado lo necesario. Siempre he tenido lo que necesitaba y, cuando he estado en apuros, siempre me ha salido al paso una persona que me ha ayudado. Esto me lo reveló un astrólogo en Barcelona en el curso de astrología que impartía. O sea, está en mi carta astral el que ‘cuando me la pego, lo hago contra un colchón que aparece milagrosamente en el último instante’. Cosas hadadas…
Soy consciente de que he usado ‘cuantificadores universales’ (nunca, siempre…), tal y como se clasifican en PNL, los cuales suelen ser propios de personas con una actitud absolutista o dubitativa o anclada en el miedo. No creo serlo, pero quien sabe… Los he usado para enfatizar mis puntos de referencia, mis anclajes vitales. Sólo por eso, y por nada más.
Asumo que no le puedo gustar a todo el mundo, ni lo pretendo. Asimismo, también sé –así lo enseño desde hace años a otros-, que todos filtramos a los demás y a sus ‘cosas’. Dependiendo del estado de nuestro ‘filtro’ de la realidad, así les percibiremos: desde muy nítidos o parecidos a su realidad hasta el grado máximo de distorsión tanto de lo que dicen como de ellos, de su ser.
NO TODOS LOS ÁNGELES TIENEN ALAS
Las alas no siempre se ven.
No todos los ángeles tienen alas visibles.
Las mías, a veces, no me las veo ni yo.
No vayas a creer que lo de ser ángel es una metáfora, no siempre es así. En mi caso, con cada puesta de sol, se me llena el alma de nostalgia de ese lugar del que provengo, mi Hogar, el hogar de mi alma. No soy de aquí. Ahora, tampoco soy de allá. Decidí venir por voluntad propia, nadie me obligó. Existen muchas teorías acerca del karma y de que venimos a ‘aprender’. Es algo muy relativo. Yo, que creía tenerlo todo aprendido -me refiero a lo relativo a lo humano, porque si hablamos de lo divino, de eso, aún me queda una eternidad-, me he dado cuenta de que, con cada venida a la Tierra, la aventura está garantizada ya que todo (o casi, todo) se vuelve a experimentar desde otro ángulo. Es más o menos aquello de ‘nunca te bañas dos veces en el mismo río’.
Ser humano es fascinante a la par que tedioso. El secreto para no desesperarse es pasar por encima de los problemas. Y, sobre todo, no crearse problemas innecesarios. Puesto que no hay nada necesario, perfectamente nos podemos ahorrar todos los problemas. A juzgar por su proceder, a los humanos, les cuesta mucho entender es que tienen una herramienta o recurso maravilloso a su servicio, una suerte de ‘varita mágica’, llamada actitud.
Siempre me ha llamado poderosamente la atención la necesidad de sufrimiento que parece tener el ser humano. Por no hablar de lo mucho que se idolatra a esos que confiesan (a veces, lo inventan) haber sufrido. Eso de airear el sufrimiento, vende mucho. Si quieres que te sigan, cuéntale a todo el mundo que la Vida te ha tratado muy mal, rematadamente mal. Si a eso le añades una supuesta actitud de ‘lo he superado’, ‘lo he afrontado con aceptación…’, te garantizas un puesto entre los merecedores del ‘premio gordo’ que conceden las masas. Por consiguiente, ¿por qué, siendo como soy conocedora de este hecho, no he usado el comodín del sufrimiento para atraer la atención de los demás sobre mi o sobre mi obra? Para eso, no me hubiese molestado en venir a la Tierra. Me refiero a que, para qué reencarnar de nuevo, si el viaje iba a consistir en seguir abundando en que el sufrimiento es consustancial al ser humano, y que no queda otra sino pasarlo mal. Sufrir no es nada divino, más bien es algo que el ser humano ha inventado al olvidar sus alas. ¿Será por eso que engancha a tantos?
· La alegría no parece estar al alcance de todos. La alegría no vende salvo que vaya precedida del sufrimiento.
Puede que pienses que me burlo o que he perdido las alas, o sea, la chaveta o el sentido común, porque, de lo contrario ni se me ocurriría perorar como lo hago. Si es así, puede que pienses que, en vez de ángel, soy idiota o que mis alas están hechas de cinismo barato. En absoluto me burlo, tan sólo expongo mi opinión o el resultado de mis elucubraciones personales que no son universales, tan sólo mías y válidas para mí y para aquellos que las compartan o, incluso, las discrepen. Soy muy consciente de que, en la Tierra, hay gente que pasa por situaciones terribles, que habita en lugares donde sólo la guerra, el crimen, la desesperación y sus hermanastras son habituales. Desde el punto de vista humano, así es. No obstante, desde el ángulo que proporcionan las alas, la perspectiva permite variar el resultado de la visión. Esas almas que deciden pasar por este tipo de situaciones terribles no tienen por qué ser ángeles sin alas, a veces, alas no es precisamente lo que les falta. Las cosas no son siempre lo que parecen, aunque, a veces, parezcan lo que son. Empero, dejando de lado, las situaciones extremas, las cotidianas, las más normales, a esas sí que les podemos aplicar la variable de la actitud sin dudarlo.
Ya lo confesé, no he venido a sufrir. Lo cual no significa que no me entristezcan ciertas vivencias en mi versión humana. Sobre todo, cuando dejo de la lado mi origen y, olvido que, esto llamado vida humana, dura un rato, que es temporal y que, un día, regresaré a casa, a mi verdadero hogar –como todos-. Entre tanto, debo procurar hacer el bien a cuanta más gente mejor, y disfrutar de este maravilloso planeta llamado Tierra y de este ‘vehículo’ imprescindible para ser y sentir lo humano.
Lo confieso, hubo un tiempo en que olvidé mis alas. Peor incluso, llegué a creer que eran un sueño, un anhelo, una manera de compensar lo mal que me sentía al no encajar, como lo hacían otros, en eso llamado ‘sociedad’. He sido, y sigo siéndolo, un ‘fuera de ley’. No vayas a creer que soy un ladrón, o una okupa o similar. Por ‘fuera de ley’, me refiero a ser alguien que no sigue las normas del ‘Club del Redil’, a nadar a mi corriente –los otros lo etiquetan de ‘contracorriente’-. Nunca me gustaron las normas, quizás se deba a que, el lugar de donde provengo, carece de las mismas. En ‘ese lugar’, no las necesitamos, sabemos discernir el Bien del Mal, y actuamos acorde a las Leyes Divinas. En ‘ese lugar’, la singularidad nos impide sentir celos, envidias y otras tonterías varias que, aquí en la Tierra, complica sobremanera la existencia. Será por eso –por el olvido o la ignorancia del lugar de origen-, que haya tanta gente que compite coleccionando cupones de sufrimiento, será. Me gusta mi aventura humana, a pesar de los pesares, y de todos los olvidos. He aprendido a surfear la ola, como dicen los surferos californianos. A pesar de todo y de todos, algo sobrehumano se abre paso en mi interior y me posibilita percibir niveles sutiles de emociones y energías que me proporcionan un chute de oxígeno revitalizador, me llena el alma de una nostalgia alegre… como cuando, la brisa, proveniente del mar me aletea las alas, me esponja las células de mi alma devolviéndome a mi lugar de origen. Me sucede igual con ciertas canciones. No importa de lo que hablen… hay ciertas melodías, ciertas palabras… que pertenecen a un lenguaje hermanado con la esperanza de una promesa añorada.
Por todas partes, hay personas que se esfuerzan por recordarles a sus semejantes una manera de engañar a la realidad para, de éste modo, poder hermanarse con la divinidad. La esperanza, el deseo de una vida mejor, unido a la capacidad de disfrutar nos permiten poseer alas que nos eleven por encima de la realidad mundana aunque sea unos instantes… mágicos. Las palabras se quedan vacías, sin sentido a no ser que las adoptemos con la responsabilidad que conlleva vivir acorde a la parte divina en lugar de acorde a la desertora, esa que nos confunde, al hacernos creer, que la vida carece de magia. Nos tomamos la vida demasiado en serio, como si no hubiese una continuación, como si todo empezase y terminase aquí. No enferma el cuerpo, enferma el alma de olvido. No se lo reprocho a nadie porque, unos a otros, nos lo ponemos muy difícil al empecinarnos en mirarnos los pies en vez de las alas. La palabrería negativa se instala en nuestra mente, contamina nuestros corazones y asfixia nuestra alma con una capa de olvido. Al renegar de nuestra verdadera naturaleza quedamos expuestos al corrosivo óxido de la separación. Nos hemos desconectado.
No todos los ángeles tienen alas.
¿Por qué será?
Cómo vamos a tener alas si negamos pertenecer a nada que no sea esta vida humana hundida en el lodo del sufrimiento cual nenúfar que hubiese olvidado usar dicho lodo para nutrir las hermosas flores con las que bailar en la superficie del agua.
Nos hemos centrado en darnos valor basándonos tan sólo en los atributos externos y en las posesiones materiales. Así nos va.
¿Quieres saber cómo puedes hacer que te crezcan las alas?
LA PIEDRA DE DIOS.
Tres niveles:
espiritual, emocional y humano.
Mucho antes de toparme con un libro titulado ‘Rosetta the Stone of God’, yo ya había decidido llamarme Rosetta. Confieso haber visto la piedra de Rosetta en el British Museum cuando tenía 19 años en mi primer viaje a Londres, Inglaterra. No obstante, lo de ‘Rosetta’ es más un homenaje a mi abuela María Rosseta (en valenciano lo escribimos con dos ‘s’), y en segundo lugar, un guiño a mi ‘energía’ egipcia.
Una mañana, al llegar a clase (estaba formándome en PNL con Robert Dilts y Judy DeLozier en la NLPU, California), de ‘Modelling & Epistemology, Robert Dilts me saludó con un ‘ya sé por qué has decidido llamarte Rosetta’ –cuando llegué a la escuela, me presenté como Rosemary, el nombre que me dieron en Boston años atrás mis amigos americanos, cuando les dije que, en España, mi familia me llamaba ‘Rosamari’–. “Has decidido llamarte así porque tú, como la piedra, traduces información de un plano espiritual a uno mundano. Y, conectas lo antiguo con lo moderno…”.
A partir de ese momento, quedé conectada con mi misión vital. Por eso, en este libro, voy a compartir el ‘método ROSETTA’, por toda la metáfora que supone este nombre, este vocablo, este código estelar, esta piedra de Dios.
MÉTODO R.O.S.E.T.T.A
FACILITARTE
LA VIDA, FOMENTAR
LA FELICIDAD & QUE
TE CREZCAN ALAS.
Fase
‘R’
Rebeldía.
Renacer
y Re-encuadrar, son sinónimos.
Renacer:
decidir cómo quieres vivir la siguiente etapa de tu vida.
Reencuadrar:
dale la vuelta a todo lo que te dé la gana. Observa el mundo desde tu
perspectiva única y singular. Re-encuadrar es sinónimo de revolucionar, de
renacer.
Realismo.
Responsabilidad.
Reina, reinar
·
REBELDÍA.
Hagas lo que hagas, hazlo a tu manera.
Nunca
me gustó aplicarme aquello de: “¿Dónde va
Vicente? Donde va la gente”. Más bien soy de: “A mi manera”. He procurado hacerlo “todo” a mi manera, lo cual, no
significa que no me haya “equivocado”. Errar es humano, aceptarlo es divino y
rectificar es de sabios y de prácticos. O eso me gusta pensar.
¿Te
has preguntado alguna vez cómo es que te sientes mal en tu vida, en una
relación ya sea ésta laboral o personal? ¿Has probado a revisar tus valores? A
pesar de que nadie te haya hablado de tu escala de valores, aunque no sepas de
su existencia, estos habitan en tu alma. Y, cuando no vives acorde a los
mismos, estos protestan, te avisan de que pasas de ellos, los ninguneas,
ignoras o, peor aún, los traicionas. Por eso montan gresca en tu interior. Al
principio, puede ser un tímido dolor de cabeza, un malestar pasajero que, de no
atender su ‘llamada’, puede llegar a convertirse en una seria enfermedad.
Asumir responsabilidad sobre nuestros actos, no nos gusta. Preferimos
apuntarnos al sentir general, según el cual, la enfermedad está ahí y a todos
nos puede tocar. Cierto. Ahora bien, ¿te has parado a pensar en cómo puedes
estar contribuyendo a envenenar tu alma cada día un poco más?
La
rebeldía tiene mala prensa. ¡Cómo no iba a tenerla! A los que les gusta mandar
y mangonear los destinos ajenos, no les interesa una sociedad formada por
individuos librepensantes. Muy al contrario, los prefieren borregos. Por lo
que, se suele castigar al que osa vivir a su aire. ¿Cómo? Con el ostracismo. Si
osas mostrar que tu forma de pensar va a contracorriente, o simplemente a tu
corriente, en lugar de sumarte a lo que piensa ‘todo el mundo’, a lo que se
lleva, a buen seguro que te darán con el ostracismo en los morros. Muchas
veces, no es que pienses de forma diferente, simplemente muestras que razonas,
que te haces preguntas, que cuestionas. Es lo que tiene la rebeldía, nos impele
a cuestionarlo todo.
Hace
años leí un libro titulado ‘VIDA APASIONADA’, el autor era Sam Keen, un
psicólogo americano. Sam Keen, en dicho libro, establece clasificaciones o
perfiles psicológicos en base a la actitud vital. El punto y aparte, o línea
divisoria, la marcaba el tipo ‘Fuera de Ley’, no por ser un forajido o un
delincuente, si no por el hecho de atreverse a vivir al margen de los dictados
de la sociedad. Por ejemplo: consumir lo que necesita, comprar una casa acorde
a sus posibilidades económicas, trabajar en aquello que le apetece, tener un
coche que puede mantener sin esfuerzo o no tenerlo… Lo confieso, he sido, y
soy, una ‘fuera de ley’. O sea, vivo a mí manera. Claro que, la contrapartida,
lo que equilibra la rebeldía, es la NO necesidad de fama.
·
El rebelde sólo necesita contar con
su aprobación. Su independencia se debe a que:
—
Cuenta con sus valores y sus
creencias.
—
Cuida de su integridad.
—
Cuida de su dignidad
—
Queda bien consigo mismo porque su
conciencia es sólo suya y de nadie más.
—
Ha asumido el coste, las consecuencias,
de ‘quedar bien con los demás’. Por eso, sólo queda bien consigo mismo.
—
Ha aprendido la lección en lo
relativo a los efectos del auto ostracismo.
—
No quiere volver a pasar hambre
emocional ni espiritual de sí mismo nunca más.
—
Tiene claro que la congruencia es
decisiva para la salud psicoespiritual.
—
Conoce sus innegociables y
negociables, los respeta y en base a ellos establece el marco de sus
relaciones.
—
Ha concluido que la única relación
que es para toda la vida, la suya, es con ella misma o él mismo. Ergo, la única
persona sin la cual no puede vivir es: él/ella misma.
Hace
años,
siendo colaboradora en un programa de televisión (Chanel 4, Cuatro), en una de
las reuniones que teníamos para preparar el programa, no recuerdo exactamente
qué se dijo, ni quién fue quien lo dijo, ni a propósito de qué se dijo, el caso
es que espeté al más puro estilo rosettiano: ‘Me parece una memez gastarse 6.000
euros en un bolso’. Mi opinión, provocó una réplica contundente, a modo de
sentencia divina, por parte de uno de mis compañeros de programa: “Rosetta,
como se nota que no tienes 6.000 euros. Caso contrario, no opinarías así”. En
lugar de quedarme callada, o de sentirme avergonzada o humillada, saqué mi vena
respondona y rebatí: “¿Cómo sabes que no tengo 6.000 euros? ¿Acaso has visto
mis cuentas bancarias?” Estando rodeada de gente que ganaba un pastón en cada
programa, famosos y en la cresta de la ola en ese momento, fui una osada al
replicar así. Es lo que tiene tomarme cuarto y mitad de rebeldía cada día para
desayunar. Tengo por costumbre dar mi opinión, esto es, compartir mi pensar con
otros. Opinar no es ofender. Si las cosas son dichas con respeto y el otro se
ofende, es una decisión personal que toma esa persona, la cual deberá dilucidar
consigo misma el cómo es que decide molestarse u ofenderse con algo dicho con
respeto. Ahí lo dejo.
·
El
rebelde ha aprendido, a base de ensayo-error, que es imposible contentar a los
demás. Imposible. Tratar de vivir acorde a las leyes
sociales, nos vengan como nos vengan, es un error que se paga muy caro. Por
consiguiente, la felicidad, la nuestra, no deberíamos ponerla en manos de la
‘cotización social’. De hacerlo, corremos el riesgo de que nos arruinen la
empresa.
No
obstante, la rebeldía también tiene otros usos. El de la salud, por ejemplo. Me
refiero a cuando el médico nos da un diagnóstico ‘malo’. Empiezo por casi el
final:
A
mi madre, a sus 82 años, una médico oftalmóloga de la
SS, le sentenció que lo suyo no tenía remedio y que se quedaría ciega. Casi le
da un síncope o algo peor. La médico (era mujer), además de insensible, fue muy
maleducada y desconsiderada con mis padres, los trató como tontos por el hecho
de ser personas mayores. No tuvo ningún tipo de miramiento para con ellos. Al decirles,
lo que les dijo, así sin anestesia alguna, se quedaron en estado de shock, y
viendo que no reaccionaban les dijo, en un tono de recochineo y ninguneante:
“¿Me han entendido? ¿Se han enterado de lo que les he dicho?”. Cuando hablé con
mi madre por teléfono y me contó lo sucedido, tuve que empezar por minimizar
los estragos emocionales que en ella había causado la ‘sentencia’ en forma de
diagnóstico. Había ido para ver si le cambiaban las gafas, y salió con una ‘sentencia
de ceguera”. Aproveché que años atrás también tuvo otra similar en cuanto a
que, el médico, también sentenció como si hubiese tenido la agenda de Dios en
sus manos. Mi madre se había roto la cadera. En urgencias del hospital de la SS
no le vieron la rotura y la mandaron para casa. Lo que en principio fue una
‘mala suerte’ acabó siendo su gran suerte. Mes y pico después de la caída, le
llevé las radiografías a un médico amigo de mi familia, radiólogo para más
señas. Al verlas, me dijo que debía llevarla a un super especialista para que
le cambiase la cadera o nunca más volvería a andar a tenor de lo que se veía en
la radiografía. Recuerdo que, ese día, el cielo en Madrid ofrecía un color plomizo
descorazonador, el cual cayó sobre mí como millones de toneladas aplastándome el
ánimo al escuchar esas palabras. Yo aún no había ido a California a estudiar
PNL -de hecho, sería ese mismo año cuando iría (el destino me llevó, pero esto
es otra historia que ya contaré), por
primera vez-, por lo que fue mi instinto natural el que me llevó a elaborar el
reencuadre de la situación.
Nunca le conté a mi
madre el diagnóstico. En su lugar, le presenté las opciones que, a mi modo de
ver, tenía. Asimismo, le reiteré que, escogiese el camino que escogiese, yo la
apoyaría incondicionalmente. Mi madre optó por hacer mucho trabajo interior y, cuando,
seis meses después, la vio un especialista, -había ido ella conduciendo el
coche y andando por su propio pie-, éste médico no daba crédito. Según él, lo
suyo era un milagro. Así es. El milagro lo obró la rebeldía de mi madre cuando
optó por iniciar el camino de la curación
en vez de tirar la toalla. La cadera se soldó -es la suya, y ahí sigue-,
y volvió a andar. Tiene una fuerza de voluntad tremenda.
Volvamos a los ojos. Aproveché
su historial para ayudarla a salir del pozo emocional en el que, el diagnóstico
de la oftalmóloga, la había sumido. La insté a usar su rebeldía para rebelarse
contra la sentencia. Le recordé que ningún médico tiene la agenda de Dios. En
lugar de aceptar el diagnóstico, buscamos solución en otro lugar y, cuando
volvíamos de la consulta del especialista que, más tarde la operó de cataratas,
paré en una gasolinera. Al bajar del coche, encontré una moneda de Polonia. Me
lo tomé como un guiño del Universo: asocié Polonia con el Papa Juan Pablo II, o
sea, había remedio para mi madre. Han pasado cuatro años, y mi madre no está
ciega. La trata una especialista en retina, y aunque no ve cómo hace años, puede
ver por donde va, puede ver la tele, puede ver la cara de la gente, e incluso
hace sus pinitos cosiendo y leyendo titulares en la prensa. Creer es poder. Y,
los milagros son posibles cuando se les apoya.
La rebeldía fue decisiva. Su
determinación y fuerza de voluntad, obraron el milagro.
Hace
años, impartí una conferencia en una asociación contra (no me gusta nada este
adverbio) el cáncer. Entre las asistentes había una mujer que, al final de la
conferencia, se acercó y me contó su historia. Casualmente, había leído algunos
de mis libros. Me dijo que estaba de acuerdo con lo que yo había dicho acerca
de que ‘ningún médico tiene la agenda de Dios’ y de que cada uno de nosotros
podemos ejercer la libertad de optar por la profecía autocumplida o rebelarnos
y transitar por el camino de la oportunidad. En su caso, le habían dado cinco
meses de vida. Empero, llevaba varios años viva y todo porque decidió tomar la
decisión de rebelarse y ver crecer a su hija adolescente. Tenía un aspecto muy
saludable. Y, la fuerza con la que abordaba la vida, no era fingida, era muy
real. Asimismo, me contó que, en esa misma época, a una amiga suya también le
diagnosticaron cáncer. “Le dieron seis
meses, y así fue. Mi amiga, hizo como tú has dicho, profecía autocumplida.”
Entre la audiencia, recuerdo el rostro de una mujer que llevaba la cabeza
cubierta por un pañuelo. Cuando apunté eso de rebelarse contra el diagnóstico,
me lanzó una mirada furibunda. No todo el mundo quiere la responsabilidad que
conlleva la rebeldía, el ser uno mismo, el tomar decisiones propias respecto de
todo.
Quizás,
sólo quizás, y no es por ‘echarle la responsabilidad’ a mi madre del ejercicio
tan resuelto que hago de la libertad, ella me proporcionó la razón por la cual
mi corona está hecha a base de rebeldía y de singularidad: tendría yo unos
catorce años, cuando, la directora del colegio de monjas donde yo estudiaba el
Bachiller, emitió un veredicto a cerca de mí: “Su hija, es muy orgullosa”. A lo que mi madre respondió: “Se equivoca usted. Mi hija no es
orgullosa, simplemente tiene muy claro quién es.” Fin de la discusión.
·
RELATIVIZAR: nada acaba siendo el
fin de mundo, para todo hay una solución. Y, si no tiene remedio da igual lo
mucho que te preocupes, porque sucederá igual. Lo único que está en tu mano al
cien por cien es la actitud con la que decides abordar cada situación o evento.
Fluye, imita al agua que, en lugar de pelearse con los obstáculos, los
reencuadra.
En
vez de tomarnos las cosas como lo que son, temporales, las abordamos como si
nunca fuesen a tener un final. Cierto es que no todos los finales son
‘felices’, esto es, son como nos gustaría que fuesen. Desde la perspectiva
humana, el gran final o la muerte, es una desgracia de la que no podemos
escapar. Empero, en lugar de vivir aprovechando nuestros días, sabedores de que
tenemos ‘fecha de caducidad’ aunque desconozcamos –conscientemente-, cuándo
caducaremos, procedemos a la inversa: malgastamos nuestro tiempo preocupándonos
por sucesos que, o bien no sucederán, o cuando acontezcan, no nos encontrarán.
Yo
tenía una amiga del alma,
que partió ya al otro lado, o sea, murió. Tenía una casa maravillosa, con un
jardín precioso en un enclave en plena naturaleza más fantástico aún si cabe.
Le encantaba leer, era muy erudita. Tenía muchas aficiones: la jardinería, ir a
exposiciones y conferencias… Podría haber pasado sus últimos años –no sabía que
iban a ser los últimos, aunque siempre hay unos que acaban siéndolo-,
tranquila, disfrutando de su vida, leyendo, viajando (otra de sus aficiones),
cuidando del jardín... En lugar de deleitarse, se afanó en amargarse la
existencia. ¿Por qué procedió así? Tenía miedo al futuro, mucho miedo. Y, este
miedo tenía la cara del dinero. Ella era una mujer muy cabal, nada
derrochadora. La casa era casi suya. Digo casi, porque cuando se divorció,
compró esa casa y aún debía parte de la misma. No obstante, era hija única y
sobrina única, por lo que heredó todas las posesiones de sus padres y de su tía.
Su ex marido, un alto ejecutivo de una empresa internacional le pasaba una nada
despreciable suma de dinero al mes (tenían dos hijos en común). Como le entró
tanto miedo a quedarse sin dinero, se buscó trabajo como vendedora de seguros.
Nadie vendía tantos como ella. Le daban premios. Pero, ni por esas se le pasó
el miedo. Andaba siempre preocupada por el qué sería de ella cuando su ex se
jubilase y ya no le pasase la pensión. Lo irónico del destino es que, él, su
ex, también falleció (un año después que mi amiga). El miedo la mató. Así de
simple. Le dio tanto poder al miedo que permitió que, éste, la venciese en
forma de cáncer. Una verdadera lástima. Una noche soñé con ella: estaba
exultante, feliz. Se deslizó por el tobogán de un avión hacia un mar de aguas
azules y brillantes. Reía. Y, en ese instante supe que había renacido a la
vida. Donde quiera que esté, espero que haya aprendido la lección para la
próxima vida. Me refiero a no malgastar su tiempo y su energía en darle cuerda
al miedo.
Cuando
en 1991, residía en Estados Unidos, descubrí a Wayne Dyer y sus maravillosas
enseñanzas. Recuerdo la historia del pájaro y la jaula. Rezaba así: “Había un hombre que tenía una hermosa ave, la
tenía enjaulada. El hombre le comentó al pájaro que, dado que iba a ir a la
selva a cazar y que vería a sus ‘parientes’, quería saber si quería que les
llevase algún mensaje. Este le respondió que ‘sí’. Le dijo: ‘Diles que vivo muy
feliz aquí contigo en mi jaula’. El hombre partió en su aventura. Cuando encontró
a los pájaros parientes, les transmitió su mensaje. Nada más terminar de darles
el mensaje, el más anciano, se dio la vuelta en la rama y cayó muerto al suelo.
El hombre concluyó que debió ser la pena que le produjo saber que su pájaro
estaba feliz en su jaula, y que, por consiguiente, nunca regresaría y no
volvería a verlo. Al regresar a casa, le contó lo sucedido a su pájaro. Éste
nada más oírlo, giró sobre la rama y cayó muerto al suelo. El hombre se quedó
asombrado. Decididamente, su pájaro también había muerto de tristeza. Al ver a
su pájaro muerto, cogió la jaula y abrió la puerta. Nada más hacer este gesto,
el pájaro se incorporó y salió volando. Había captado el mensaje de su
pariente: para poder vivir, primero hay que morir.
Mi
interpretación de la historia, la moraleja para mí, es que las pérdidas pueden
ser ganancias, o como poco, oportunidades para renacer o hacer algo diferente.
Cuando me cesaron (yo dirigía dos departamentos en una agencia de publicidad
multinacional), fue como si el mundo se me cayese encima. Mi madre le dio la
vuelta (lo re-encuadró), al tiempo que lo relativizó: “Ahora podrás hacer lo que siempre has deseado… Trabajar por tu cuenta,
hacer lo que te apetezca”, me dijo. Así ha sido desde hace ya cerca de tres
décadas: he escrito unos cuantos libros, he asistido a cursos y aprendido cosas
que nunca habría aprendido, conocido a personas de todas partes del mundo que
nunca habría conocido de haberme quedado en el sector de la publicidad. No sé
si sería más feliz, más rica, más famosa, más… puesto que no me quedé para averiguarlo.
La libertad me cautivó y nunca he
querido separarme de ella. Esa libertad de ser yo, de poder hacer las cosas a
mi manera, no la cambio por nada. Perdí un trabajo muy bien remunerado, un
puestazo y todas las prebendas asociadas, los regalos, los viajes y la gente
que me hacía la pelota… Caí muerta, como el pájaro y, cómo él, en cuanto me
abrieron la puerta de la jaula, salí volando. Gané una vida. Gané la
oportunidad de vivir la vida a mi manera. Nunca me he arrepentido ni de mi
etapa publicitaria -me sirvió para aprender inglés, codearme con profesionales
de alto nivel de otros países y aprender de ellos. Aprendí a hacer estrategias,
a hablar en público, a moverme con soltura en cócteles…-, ni de mi etapa a mi
manera.
Cuando
una puerta se cierra, un portón se abre… Y, si sólo se abre una ventanita, es
más que suficiente para salir por ella.
·
REVOLUCIÓNATE: libérate de ideas apestosas, ideas
lastre, creencias que te congelan la esperanza o te aniquilan el valor para
avanzar hacia la vida que deseas. No obstante, ¿te atreves a desear tu vida?
La
libertad genera mucho miedo. Libertad rima con responsabilidad (otra gran
R). Libertad no significa simplemente
hacer, actuar como si fuéramos unos proscritos, rebeldes o antisociales. La
libertad es mucho más profunda. La verdadera libertad hunde sus raíces en el
alma. Un alma libre se permite ser ella misma. Casi nada. Vivimos tan
constreñidos, tan encorsetados en normas, leyes, amenazas de multas, sustos y
‘asustamientos’, que no nos queda ni tiempo ni energías para ser, para tomarnos
el tiempo de pensarnos.
¿Quién
soy?
¿Qué
quiero?
¿Qué
me gusta y cómo me gusta?
La
libertad es una herramienta que debe usarse para derribar murallas de miedos
que los demás han tejido a nuestro alrededor. Cierto es que la muralla tiene un
origen defensivo y protector. Antiguamente eran erigidas para proteger a la
ciudad y sus habitantes de los invasores, enemigos y envidiosos. Hoy en día,
las murallas sociales ya no las erigimos nosotros, sino que es la Sociedad la
que las construye dejándonos dentro, cual cápsula como reflejó la película
Matrix. Si te fijas, hay multitud de anuncios cuyo motor o elemento usado para
convencer es el miedo. Miedo a que nos roben. Miedo a que nos ataquen. Miedo a
que nos contaminen. Miedo a la bancarrota. Miedo a que nos engañen… Miedo. Nos
enseñan a tenerle miedo al miedo. Nos condicionan tanto que olvidamos que
tenemos un don llamado libre albedrío para elegir y decidir cómo, cuándo,
dónde, con quién o a pesar de quién.
Las
revoluciones, a lo largo de la Historia, las capitanearon personas que estaban
hartas de cómo les obligaban a vivir. Si estás harta de pasar hambre emocional de
ti. Si estás harta de no atreverte a soñar, de que te digan o impongan una forma
de pensar o la actitud social. Si estás hasta la mismísima corona de que te
obliguen a ser políticamente correcta y de tener que adoptar las ideas o el
status quo del Club del Redil… Ha llegado el momento de revolucionarte. La
revolución significa darle la vuelta a tu vida interior. Te recuerdo que, tanto
tú como yo, todos, algún día nos iremos. Sí, la muerte física es real. Mucha
gente se acuerda de Santa Bárbara cuando truena, lo cual significa que, cuando
les cae algún chuzo de punta (léase enfermedad, u otra crisis vital o varias),
les da por empezar a plantearse el ‘haré esto, lo otro, y lo de más allá’…
Algunos, desafortunadamente, cuando les da por ‘planear’, carecen ya de tiempo
material para llevarlo a la práctica, se
les acabó la oportunidad de probar qué es eso de vivir.
Hace
muchos años perdí a mis abuelos. En verdad, no los perdí, pues sé dónde están, en
el cielo. Permíteme un inciso: usamos el verbo perder para referirnos a la
muerte de alguien. Perdemos cosas, yo, al menos, las pierdo u olvido, de vez en
cuando. Ahora bien, personas, no las he perdido nunca. Algunas se fueron
voluntariamente de mi vida, otras las fui yo. Algunas se han ido de este mundo
físico si bien siguen viviendo en mi memoria, en mi corazón, en mi alma.
Volvamos a mis abuelos. Yo los adoraba. Fue mi primera pérdida, la primera vez
que alguien a quien amaba se iba de este mundo para pasar a formar parte de un
mundo invisible pero real. Uno desde el cual, me ha seguido protegiendo como
cuando era pequeña y jugaba conmigo. Mi abuelo es mi ángel extra. Me ha salvado
de muchas cosas. Cuando me he visto en apuros serios, le he llamado con el
alma. Y, siempre me ha echado un ala. La primera vez que le ‘llamé’, tan sólo
hacía un año que él había partido físicamente. Su promesa de ayudarme, estuviese dónde estuviese, la cumplió.
Tuve
un accidente de coche.
Un coche se saltó el stop, interceptó mi camino y contra el que me di. Lo
extraordinario del caso es que vi venir a cámara lenta el accidente, lo que iba
a suceder. Como si alguien me hubiese guiado, mi mano agarró la llave de
contacto, la giré y desconecté el motor. Me fuertemente el volante, y me
preparé para el impacto. No me sucedió nada. Nada. Los policías que acudieron
al lugar del accidente, estaban contentos porque era el primer accidente en ese
cruce en el que no había habido víctimas. Ni un rasguño. Nada. Yo traté de
explicarles que iba a 120 km/hora, pero que en el momento del impacto el
contador se puso a 60 km/hora. Lo tomaron como producto de mi confusión. La
puerta del copiloto se quedó a escasos centímetros de mí, tal fue el impacto
del otro coche en el mío.
Mi
abuelo era un ser tremendamente especial. Igual que mi abuela, la famosa María
Rosseta a quien menciono muy a menudo. De ellos aprendí que la vida hay que
revolucionarla, que no hay que conformarse con lo que te dan sino que debes
darle forma a tu manera. Ellos pasaron la Guerra Civil española, pero nunca
envolvieron su recuerdo en el odio, el rencor o el resentimiento. A pesar de
los motivos que tuvieron, nunca tomaron esa actitud. No se sumaron. A mí me han
transmitido sólo historias de solidaridad, esfuerzo, compañerismo, amor, lucha
por construirse una vida mejor. La familia ha sido el eje de todo. Me han
enseñado que lo más importante de esta vida es el amor, que el dinero va y
viene, y que, por eso, lo más importantes son las personas, no los bienes.
Me
conduzco por la vida humana con estas premisas, con estos valores. Hete aquí
porque no le hago la pelota ni a Dios ni agacho la cabeza ante el poder ni me
amilano ni siento inferior en presencia de gente ‘poderosa’, con cargo, dinero
y etc. Nadie es más que nadie, ni menos.
Por
eso, revoluciono mi vida.
Por
eso, me rebelo contra todo aquello que tratan de imponerme.
Por
eso, soy libreviviente además de librepensadora.
Al
final del camino vital, sólo estaremos mi conciencia y yo. Nadie más.
Al
final de tu camino vital, sólo estaréis tu conciencia y tú. Nadie más.
—
Deberías tener claro:
a) Qué no quieres perderte.
b) Qué
podrías ahorrarte
c) Qué
querrías llevarte contigo al partir
Tengo
un sexto sentido (siempre acato su voluntad), una habilidad heredada, según mi
madre, de mi abuela María Rosseta. Con una mirada, le hago una radiografía al
que tengo enfrente. Eso me lo pilló David Gordon (uno de los profesores que
tuve en la NLPU, Santa Cruz, California). David es psicólogo y experto en PNL
(Programación NeuroLingüística). En clase, me observaba interaccionar con mis
compañeros. Un día, no recuerdo a santo de qué, me dijo que yo tenía un don
especial: le veía el alma a la gente, o sea, detrás de las máscaras. Según él,
al no juzgarles, se relajaban y tomaban una actitud, como si se dijeran a sí
mismos: ‘por fin alguien que no me juzga’.
Revoluciónate,
no te quedes con lo que acontezca en tu mundo. Tienes derecho a rebelarte y a
decidir qué quieres ser de mayor.
—
Te diré aún más, tienes derecho a
experimentar.
—
Tienes derecho a equivocarte.
—
Tienes derecho a cambiar de opinión.
—
Tienes derecho a ser quien te dé la gana
ser.
· REALISMO:
Ser realista de muchos problemas me ha librado. Ser realista significa
ajustarse a tu realidad, a hacer las cosas acorde a tus valores, creencias,
capacidades, posibilidades, situación financiera, forma de ser, necesidades, tu
estilo de vida…
Muchas
personas viven sus vidas al margen de sí mismas, incluso contra sí mismas, lo
cual, tarde o temprano –suele ser, más temprano que tarde–, es fuente de
‘problemas’. Mi abuela María Rosseta solía decir que no debía envidiarse al
vecino, ni vivir pendiente de qué hacía, tenía, etc. Proceder de este modo, es fuente
segura de insatisfacción vital y de conflictos. Tanto el tratar de emular al
vecino en estilo de vida como el sentirse mal porque otra persona gane mucho
dinero (mucho más que uno), o tenga más posesiones materiales, es un error
tremendo. El ser realista, el haber creado un estilo de vida a mi medida, me ha
ido de fábula. Y, de paso, me ha evitado muchas noches de insomnio.
Cuando
residía en Barcelona, una amiga me comentó de otra amiga común que vivía
entrampada, esto es, pagaba un crédito con otro crédito que, a su vez, pagaba
otro crédito... Esto es algo que jamás he practicado. Me enseñaron a comprar
las cosas a tocateja, para lo cual, primero, debía ahorrar. Sólo en dos
ocasiones no he sido fiel a esas enseñanzas. El resto, me he ajustado a ellas.
Nunca he gastado más de lo que tenía y, siempre he ahorrado parte de lo ganado.
No me hizo falta leer libros sobre la prosperidad o el cómo fomentar riqueza,
tenía a mi abuela y a mis genes hadados -lo cual no excluye que a otras
personas les venga fenomenal leer ese tipo de libros-. Mi realismo se envuelve
en practicidad. Sólo suspendí asignaturas en una ocasión, nunca más repetí la
experiencia. Procuro no dejarme ‘facturas’ por pagar mañana. Ahora bien, no
todas las ‘facturas’ que nos encontramos en el futuro tienen que ver con el
dinero. De no ser realistas, cuando llegue el ‘futuro’, nos encontraremos con
‘kilombos’ generados por nuestro ‘yo’ del pasado que no tuvo en cuenta que
seguiría existiendo y que el tiempo le/nos alcanzaría.
Hay personas que viven a salto de
mata, tapando agujeros, en perpetuo estado de estrés.
Es una opción. Por cierto, nada recomendable. Consecuentemente se sienten
agobiadas, agotadas, ninguneadas, desvaloradas, perdedoras. Sensaciones nada
agradables. No todo queda en esto, a veces, va a más, y llegan los infartos,
los ictus, el cáncer… El maltratarnos en el presente es fuente de enfermedades
varias en el futuro, entre otra clase de problemas.
·
No somos realistas porque:
—
No
nos paramos a reflexionar.
—
No
consideramos que existen las consecuencias.
—
No
nos apreciamos lo suficiente.
— Ponemos
más énfasis en ‘quedar bien con la sociedad’ que en quedar bien con nosotros
mismos. O sea, nos hacemos rehenes del ‘qué pensarán los demás’.
—
No
sabemos hacer estrategias.
—
Ignoramos
el valor de ser previsores.
—
Adolecemos
de madurez o inteligencia emocional.
—
No
practicamos la resilencia.
Me
gusta vivir acorde a mis posibilidades, no sólo porque no tengo otras, sino
porque las consecuencias de no hacerlo, sólo las tendré yo. Podría dedicarme a
‘aparentar’ y a lograr el favor de los demás. Pero, dado que, de puertas para
adentro, solo estamos yo y mi conciencia, y la única receptora del ‘premio o
castigo’, en mi caso, seré yo (en el tuyo, tú), paso de aparentar o de ser fiel
seguidora de los preceptos del CdR.
Los
valencianos tenemos un dicho para la gente que vive por encima de sus
posibilidades económicas: ‘Bufar en caldo gelat’ (soplar el caldo frío).
No
tener en cuenta que, las cosas que hacemos, tienen consecuencias, es abonar el
camino para el desastre. Por eso, si quieres ahorrarte mucho estrés, y fomentar
el bienestar interior, vive acorde a tus posibilidades individuales cuando de
lo económico se trate.
Eso
sí, no sólo de lo económico se estresa el hombre, también en el terreno profesional
hay quien vive u ocupa un puesto por encima de sus posibilidades, pareciendo no
importarle hasta que le despiden y/o hunde a su empresa.
En
mi etapa publicitaria conocí a un
individuo, muy listo y espabilado, que acabó montando empresa (ignoro como le
fue, aunque conociéndole, seguro que logró medrar a base de engañar a muchos).
Era muy echado ‘p’alante’. La anécdota es la siguiente: le comenté que me
habían hecho una oferta en una agencia de publicidad multinacional. Empero, al
ser bajo mi nivel de Inglés, no sabía si aceptar o no la oferta. A lo que él me
respondió muy resuelto: ‘Haz como yo, pon
en tu CV que hablas inglés’. Ante semejante frescura, le repliqué que cómo
haría él caso de que tuviese que asistir a una reunión con gente de otro país y
no le quedase más remedio que hablar en inglés… ¿Qué haría? ¿Diría que estaba
afónico? ¿Alegaría diarrea para no acudir a la reunión? Años, más tarde,
residiendo yo en Madrid, con motivo de un ciclo de conferencias en las que él
participaba, pude leer en su CV que era ‘economista’. Y, en otra ocasión,
‘sociólogo’. Todo era mentira, no había terminado ni el bachiller. En un
congreso publicitario, mientras daba su ponencia, los que tenía a mi lado no
salían de su asombro por el morro que le estaba echando (por cierto, su
conferencia era un bodrio). Alguien del público le hizo una pregunta que le
puso entre la espada y la pared, pero él, con su jeta de cemento armado, ni se
inmutó, o eso nos hizo creer.
Yo,
jamás de los jamases, me he puesto en una situación de ese estilo. ¿Por qué no?
Porque me aprecio demasiado como para arriesgarme a hacer el ridículo. Cuando
hablo, conferencio o tertúlielo sobre un tema, a mí ‘no me tose ni Dios’. Es un
decir.
Ajustarse
a las posibilidades y realidades de uno, no significa no querer evolucionar, ni
arriesgarse a no medrar. Muy al contrario. A nadie, en sus cabales, se le
ocurriría ir a, por ejemplo, correr la maratón de New York sin haberse
entrenado antes en maratones más ‘normales’. El caso que he contado de mi
‘colega’ el jeta, es como si alguien que se pasa el día tirado en el sofá, o
que sólo va a pie a por el pan, de repente, sin transición ni entrenamiento
alguno, se atreviese a correr un super maratón como el de NY o la San Silvestre
de Madrid. Hay quien en muchos ámbitos de su vida, procede de forma similar.
¿De qué nos extrañamos, pues, de que acabe estando tan estresado?
Al
ser realista, para alcanzar una meta, antes de ‘saltar’, me preparo a
conciencia para ir a por ella, y darme la posibilidad de ‘ganar’. Me gusta practicar
el ‘salir a ganar’ en lugar del ‘salir a perder’ o ‘salir a hacerme la puñeta a
mí misma’.
Por
cierto, tengo otra anécdota de ‘no realismo’ y ‘sí mentismo’. Siendo directora
de departamento en una agencia de publicidad, entrevisté a candidatos para un
nuevo puesto. Uno de los que entrevisté, en su CV, en el apartado idiomas, ponía
‘inglés’, así a secas, sin matices. Dado que siempre fui consciente de que hay
gente que miente en su currículo, suelo elegir ‘algo’ (uno o tres ‘algos’, al
azar), si resultan ‘falsos’, el resto, lo invalido. Si miente en algo, es
factible que haya mentido en todo. En este caso, le pedí que me contase algo en
inglés. A lo que el entrevistado replicó que de qué quería que me hablase. Ante
su reticencia a decirme algo en inglés, concluí, y así se lo dije, que no tenía
ni idea de inglés, lo cual me llevaba a pensar si el resto del currículo no
sería igualmente ‘sobredimensionado’.
Hay
que ser realista. No se deben pedir peras al olmo.
No
te las pidas a ti.
·
Cómo proceder:
—
Sé realista. Si no puedes alcanzar
‘algo’, acéptalo. No poderlo alcanzar no te desmerece ni te hace peor ser
humano ni un fracasado. Es tan sólo información acerca de tu estado presente,
el cual puedes modificar si haces lo que tengas que hacer que, al hacerlo, te
permitirá alcanzar ese ‘algo’.
—
Averigua qué tendrías que hacer, o
qué se debe hacer, con tal de lograr esa meta o ese algo.
—
Analiza, sopesa, si eso que ‘hay
que hacer para darse la oportunidad de lograr ese algo’, puedes hacerlo y te
merece la pena el esfuerzo de tratar de lograrlo.
—
Todo camino de mil kilómetros
empieza con un simple paso. Así que ve, paso a paso.
—
Sé amable contigo, no te crees
problemas innecesarios. Date ánimos pero no te cuentes ‘cuentos chinos’,
tampoco te malmetas.
—
Hagas lo que hagas, hazlo a tu
manera, ajustado a tus valores. Si te quita el sueño, es señal de que vas por
mal camino.
—
No te hagas trampas psicológicas
del estilo ‘es que me lo merezco’. En verdad, lo que te mereces es tener la
conciencia tranquila, el bienestar interior, no malgastar tu tiempo o tu dinero
en ‘chorradas’ o en cosas que no te llenan el alma.
—
Asume que siempre hay
consecuencias. Así que si no quieres ciertas consecuencias, no hagas ciertas
cosas. Sé una persona previsora y precavida que vale por dos y por mucho más.
·
RESPONSABILIDAD:
¿Qué sería de la Rebeldía si no tuviese la ‘red de seguridad’ de la
Responsabilidad?
No
responsabilizarnos de lo que hagamos o consintamos en nuestra vida no lo
evitará ni lo hará desaparecer. Una
de las claves que promueven, a veces directa y otras, indirectamente, el
bienestar interior, la tranquilidad de espíritu, o sea, el estar felices, es
responsabilizarnos de nuestras acciones, y por ende, de los resultados, así
como de las personas que permitimos en nuestra vida y de lo que consentimos que
nos hagan.
Corría
el año 1991. En ese tiempo, yo residía en Madison (WI). Una de las clases, a
las que asistía en la University Extension, versaba sobre ‘Coping with
criticism’. El profesor que impartía la clase era, a mi modo de ver, un gran
entendido en la materia que impartía. Aprendí mucho en sus clases, pero una de
las cosas que aprendí fue de esas cercanas a la ‘revelación’: “What
you permit is what you promote” (lo que permites es lo que fomentas),
que yo he traducido por ‘Nadie me hace nada que no le consienta’. Este enfoque,
digamos vital, no le ha hecho gracia a todo el mundo cuando, en las sesiones de
hadamadrining, les he invitado a revisar su vida desde esa perspectiva. Al
principio, choca mucho. Para algunos, es incluso ‘insultante’ el que las anime
a enfocarlo desde este ángulo. Lógico. Es comprensible que nadie quiera admitir
que le abrió la puerta a un, por ejemplo, psicópata en su vida amorosa, o a un
canalla, o a un maltratador psicológico, o a un mal jefe o peor jefa, o a una
mala amiga o a un amigo traidor o ingrato… Yo, como ellos, también hubo un tiempo en que desconocía que
fomentaba la presencia en mi vida de indeseables al permitirles que me trataran
mal.
En
PNL (Programación Neuro Lingüística), decimos que, cuando una conducta se
repite tres veces, indica un patrón de conducta. Por ejemplo: alguien llega
tarde a una cita. La primera vez, puede ser casualidad. Si llega tarde una
segunda vez, ya apunta maneras. Y, de llegar tarde una tercera vez, está claro
que esa persona es una tardona, o sea, invariablemente llega tarde (patrón de
conducta), independientemente del día, hora, lugar y motivo. Que alguien llegue
tarde, no esa algo grave, puesto que la ‘solución’ no es gravosa, o bien le
mentimos sobre la hora -le decimos una hora más temprana y así logramos que
llegue a la hora que nos conviene-, o bien le ponemos los límites, y de no
lograr que se esfuerce por llegar a tiempo, siempre podemos dejar de quedar con
esa persona… A grandes males, grandes remedios. Empero, la cosa se complica cuando
de relaciones profesionales, laborales o personales se trata.
LAS ‘R’ QUE PARECEN FEAS, PERO
TIENEN SU BELLEZA: RENEGAR & REFUNFUÑAR, RECHAZAR (DETESTAR), RENUNCIAR,
REPRIMIR…
Renegar.
Vayamos por partes. Lo de ponerme renegona, esto es, enfadada con pataleta
incluida, no va conmigo. Sostengo que los enfados sirven para darse cuenta de
que algo ‘no funciona bien’, por lo que no veo práctico el enrocarse en un
enfado más allá de los cinco minutos. He aprendido a llevarme bien con la
frustración, ergo, aceptar si, refunfuñar, no. El refunfuñe produce un tipo de
arrugas nada recomendables. Si empleas mucho tiempo, más del que deberías, en
ponerte refunfoñona, ¿cómo no vas a llegar tarde a tu cita con la felicidad? Enfadarse
no es sinónimo de renegar ni de refunfuñar, pero si de una conducta y actitud
que suele acompañarlo. Si el antónimo de renegar es bendecir, ¿por qué no
practicar éste último en lugar de aquel? Cuando bendecimos lo que hay en nuestra
vida y/o cuando nos sentimos bendecidos, la felicidad, la alegría, la
tranquilidad… empiezan a correr por las venas del corazón del alma. El
bienestar interior es un universo en perpetua construcción y actualización. En
ese caso, ¿qué hay de bello en renegar o en refunfuñar? Hay que soltar. Soltar el
peso emocional, la carga de tensión, lo que nos sobra, la basura emocional o
mental. Enfadarse no es malo, lo malo es cuando nos enquistamos en ese estado y
se hace crónico. Reniega si quieres, suelta. Y, luego, échate unas risas, verás
que bien te quedas. Si, además, decides soltar un taco, palabrota o blasfemia, adelante.
Y, si te ríes, mucho mejor. La risa es sumamente curativa, liberadora, rebelde
y fomentadora de una sana autoestima: “Los
ángeles vuelan porque se toman a sí mismos a la ligera” (Chesterton).
·
Ahora bien, nunca, nunca, nunca…
reniegues de ti ni de tus principios ni de tu alma…
Rechazar.
¿Hay algo bueno en rechazar? Si, cuando sirve para dar calabazas a todo lo que
no nos gusta, no nos sirve o no nos apetece. A mí, se me da de fábula dar
calabazas (también me las han dado, por supuesto). Rechazar es sinónimo de
repeler, rehusar, declinar, desestimar… O sea, verbos todos ellos que enlazan con
mi derecho a decir ‘NO, gracias’. En
la vida rechazamos y somos rechazados. Por eso, no hay que tomárselo todo de
forma personal. Quien así procede, se genera mucho malestar y muy mala leche.
Y, ¿para qué? Si estamos de paso y la vida humana dura cuatro días de nada.
Mejor dejarlo pasar, rehusar tanto el ponerse de mal humor como el cogerse un
soberano cabreo. Piensa en la de situaciones que, en el pasado, te hicieron
enfadar y, que ahora, ni aun esforzándote, recuerdas. Particularmente, desestimo
meterme en fregados que, a la larga, sólo me pueden traer dolores de cabeza o
contratiempos innecesarios. Asimismo, también declino invitaciones para entrar
a formar parte de la vida de algunas personas a las que les veo el plumero del
‘sólo por interés’. Me explico. Desde siempre supe que el ser humano, mejor
dicho el ‘humanoide’, es proclive a hacer la pelota a aquellos que le pueden
dar algo independientemente de si se lo merece o no o de tenérselo que ganar.
Obviamente, no le hacen la rosca a alguien que no sea rico, famoso, poderoso,
no. Sólo se la hacen a aquel que ‘posee’ un algo que les interesa. En mi época
de tertuliana en Channel4, muchas personas de mi pasado, y algunas de ese
presente, que ni se acordaban de mí, pasaron a acordarse y a querer formar
parte de mi vida con un interés muy interesado. Ahora que no estoy en la tele,
ni se acuerdan de mí. No me gusta presumir de nada, la discreción me rodea,
ergo, muchos han llegado a la conclusión de que, si no presumo, será porque no
tengo nada de que presumir… Ignoran aquello de ‘las cosas, a veces, no son lo
que parecen’. Allá ellos con sus percepciones, no seré yo quien les lleve la
contraria. Hablando de peloteo. Hubo una que me hizo sobremanera la pelota
porque quería escribir un libro, y quería asesoramiento gratis. Al igual que,
ha habido quien ha querido hacerse amiga mía para tener asesoramiento
personalizado o coaching sin pasar por caja y sin las normas hadadas. Les di
con el rechazo en las mismísimas. Me sentí genial. A los ‘interesados’, harías
bien en darles una buena dosis de rechazo, caso contrario puede que acabes
rechazada por tu autoestima. No malgastes tu tiempo en detestar nada ni a nadie.
En vez de ello, pon orden, despeja, limpia, elimina. Detestar es menos intenso
que el odio, pero es una emoción que emponzoña el alma. Detestar es síntoma de
que no pones orden en tu vida, de que no rechazas y sí te auto rechazas o te
niegas a usar el comodín del ‘NO’.
Renunciar.
No me gusta renunciar a nada bueno, pero a lo malo, me falta tiempo para ello.
Renuncio a tener envidia, a pasarme el tiempo criticando, a amargarme la vida,
a enfadarme por nimiedades, a preocuparme por algo que tal vez nunca suceda, a
atarme a algo o a alguien que me obligue a renegar de mi o de algo bueno en mi
mundo. A lo que jamás de los jamases pienso renunciar es a ser yo, a ser como me
da la gana ser, a pensar como pienso, a sentir como siento, a tener las
creencias que tengo, a mi corona. A todo eso, jamás. Renuncio a lo malo, pero
no a mi dignidad ni a mi integridad. Como ves, hasta el renunciar tiene su
parte buena.
·
¿A qué has renunciado?
—
¿Has
renunciado a complicarte la vida?
—
¿Has
renunciado a liarte con sapos-sapetes´sapones?
—
¿Has
renunciado a tener trabajos en los que te faltan al respeto y ni siquiera
sirven para pagar tus facturas?
—
¿Has
renunciado a permitir que te humillen, ofendan o no te traten con el debido
respeto?
—
¿Has
renunciado a esas personas que te intoxican el alma, la mente y el
corazón?
—
¿Has
renunciado a pretender que todo salga perfecto en lugar de aceptar que las cosas
salen como salen en la vida pues hay muchas variables en juego?
—
¿Has
renunciado a ajustarte a las expectativas que los demás tienen sobre ti?
—
¿Has
renunciado a vivir tu vida acorde a las normas del CdR?
—
¿Has
renunciado a las creencias que te han querido imponer los demás?
—
¿Has
renunciado a darle el título de ‘eres lo mejor que me ha pasado’ a otra persona
que no seas tú? (En ese caso es ‘soy’).
Reprimir.
Todos reprimimos algo, ¿o no? Contener, refrenar, dominar, sujetar, moderar,
templar, cohibir, oprimir… son sinónimos de reprimir. ¿Hay algo bueno en ello?
Sí, lo hay. A veces, es muy conveniente moderar el cabreo y refrenarnos en no
soltar lo qué se piensa.
Yo
lo hice en una reunión.
Me fue tan mal, que me quedó meridianamente claro que no debía proceder así. En
ese entonces, estaba trabajando en el mundo publicitario. Teníamos una reunión
con Volvo, en casa del anunciante. Nos habían adjudicado la campaña e íbamos a
negociar quien se encargaría de poner en marcha el plan de medios
publicitarios, esto es, quien estaría al mando de la ejecución del presupuesto
publicitario. La estrategia era mía, eso no se iba a tocar, pero en esa
reunión, se decidiría quien la ejecutaría, si seríamos nosotros la agencia de
publicidad o una central de compras de medios publicitarios -el director de la
misma asistía a la reunión, no citaré el nombre porque no viene al caso-. El
caso, es que éste señor era un cretino integral además de un profesional mediocre.
Buena soy yo cuando veo una injusticia o a alguien mentir, así que me pillé un
soberano cabreo y, en lugar de refrenarme, me dejé ir. Dejé bien claro lo que
pensaba y le puse en evidencia. ¿Salí ganadora? Ni hablar. Fui la perdedora.
¿Cómo pudo suceder tal cosa? Mi jefe, el consejero delegado de mi empresa, me
lo explicó en el camino de vuelta a la agencia. Me dijo que, teniendo toda la
razón como la tenía, el tono empleado, me quitó toda la razón. Así que, aprendí
la lección y, a partir de ese día, moderé mi energía leonina, me até la melena,
y saqué el lado diplomático para lidiar en este tipo de casos. Me ha ido
infinitamente mejor, lo juro.
O
sea, que a veces, es bueno reprimirse. En otras, no. Todo depende del contexto,
de lo que está en juego, del tema, de con quien se está y el tipo de relación
que se tiene con esa/s persona/s. Hay veces, en las que hubiese enviado a freír
monas a más de una persona, pero me reprimí las ganas. ¿Por qué? Por la
sencilla razón de que en el futuro me la puedo volver a encontrar y no quisiera
que tuviese un recuerdo (anclaje) negativo de mí. En otras ocasiones, como no
tenía nada que perder, lo solté sin más. Empero, hubo una ocasión en la que,
pudiendo perder, me arriesgué y decidí no me reprimirme ni un pimiento. Fue en
Channel4 (Cuatro).
Una compañera de
tertulia me tenía hasta más arriba de la varita. No había programa en el que no
tuviera que ponerle los límites. Me tenía muchos celos, porque yo, a diferencia
de ella, estaba en el programa por méritos propios y no por enchufe, por salir
en la revista Hola o por otros méritos menos meritosos o de dudosa categoría.
Por más que le pusiera los límites, por más que se viera que intelectual y
mentalmente no estaba a mí altura, ella insistía –como suelen hacer las
personas necias con complejo de inferioridad-, en rebajarme y tratar de quedar
por encima. Yo solía optar por reprimirme, no la mandaba a la ‘m’, aguantaba
estoicamente sus tonterías. Hasta que llegó un día, en que ella se pasó
trescientos pueblos, me atacó personalmente, y se esforzó en humillarme.
Mientras me vociferaba desde su lugar en la mesa, yo la miraba fijamente y
calibraba el pepinazo que le iba a propinar. Asimismo, ponderé los daños
colaterales, es decir, las consecuencias que podrían tener para mí. Las
neuronas me funcionan a velocidad de vértigo, estoy acostumbrada a ‘apagar
fuegos’, primero en el mundo publicitario, y después en consulta. Repasé
mentalmente las opciones, y una vez seleccioné la ‘adecuada’, disparé. Di en el
blanco. Se acabó la monserga. Fue la última vez que osó meterse conmigo.
Recuerdo que el subdirector del programa, se me acercó en el intermedio
(después de la trifulca nos fuimos inmediatamente a publicidad), y me dijo que
le sabía muy mal por mí, pues la gente tenía, hasta ese día, una imagen de mi
de persona seria, cabal, tranquila… Añadió que ‘ella se merecía la lección’, y
que el equipo del programa me apoyaba. El no reprimirme tuvo muchos ‘premios
colaterales’: nos pusieron en camerinos individuales, y la susodicha dejó de
hablarme dentro y fuera del plató. De lo único de lo que me arrepentí fue de no
haberle dado el soplamoco intelectual mucho antes. Los del programa de la Sexta
’Sé lo que hicisteis’, sacaron la escena. Lo más gracioso fue la expresión de
incredulidad y ‘fuera de juego’ que se le quedó a mi colega de tertulia. Cuando
era pequeña, me sucedió igual con una niña del barrio, un día me harté y le
propiné una patada. Se acabó el meterse conmigo. Me apliqué el adagio: ‘a grandes males, grandes remedios’.
LA GRAN
R: REINA
Hace unos cuantos años,
allá por 2003, estaba tomando un té con un amigo editor –y, como suele suceder,
ya que en parte era una sesión de ‘brainstorming’–, de repente, mi amigo soltó:
“¿Por qué no le haces la réplica al ‘Caballero de la armadura oxidada’? Se
podría titular algo así como ‘La damisela que mató al caballero’. ¿Qué te
parece?” Le respondí que de damisela nada de nada, que sólo una reina planta
cara. Así que le contrapropuse un título: “La reina que dio calabazas al
caballero de la armadura oxidada”. A lo que mi amigo protestó: “Demasiado
largo”. Ahí quedó el tema. Unas semanas más tarde, me puse a escribir y no pude
parar. Me levantaba a las siete de la mañana para escribir, yo que no soy de
madrugar (sólo madrugué el día que aterricé en la Tierra). Por esas carambolas
de la vida, había quedado en verme con la editora de mi libro ‘Cuentos de Hadas
para Aprender a Vivir’, que se iba a publicar ese año (fue el 10 Julio 2003).
La editorial era RBA. A mi editora le encantó la idea del libro. Pasaron las
semanas. Y llegamos a septiembre. A mí me hacía ilusión que el escritor Javier
Sierra (me había pedido realizar un cd con una meditación guiada para la
revista Más Allá que él dirigía entonces), me hiciese el prólogo para este
libro. Justo estaba con él cuando la editora me llamó para decirme que mi libro
Cuentos de hadas… había vendido la primera edición en verano. Según me enteré
más tarde, ese verano fue malo para los libros. Es más, un libro publicado en
pleno mes de julio, según un amigo mío editor, es ‘darle el beso de la muerte’.
Pues, ni por esas. Así que, esa llamada propició que quedase de fábula con
Javier y que éste aceptase hacer el prólogo.
Con ‘La reina que dio
calabazas…’, empezó el concepto de ‘reina’ como mujer que lleva las riendas
emocionales de su vida. O sea, soy la creadora de este concepto que muchas me
copian y hacen pasar por propio. Obviamente, esas que así proceden, no son
reinas sino damiselas de diadema floja.
Nota: Me gusta
reivindicar mis ‘obras’.
Ser Reina se puede
nacer, pero hay que currarse la ‘corona’. No todas las que van de reinas son
reinas. No todas las mujeres se atreven a ser ellas mismas, reinar en sus
vidas, llevar las riendas emocionales de su existencia. La Reina no culpa, no
se siente superior a otras personas, tampoco se inferioriza ni se siente
inferior a nadie. La Reina tiene leyes propias, normas propias, discurso
propio.
Yo, nací con la corona
bien puesta, la mía es consustancial a mí. Empero, eso no significa que el
resto de las personas, mujeres u hombres, no puedan crearse la propia, pueden y
deben, es más, la corona, una vez puesta, no hay que quitársela ni para dormir.
Ah, la editora, no sé
si porque ‘Cuentos de hadas…’ se vendía muy bien (imagino que influyó), o tan
sólo porque el libro le encantó, decidió publicarlo. La primera edición fue en
Abril de 2004, la cual se vendió en menos de un mes… Y, ahí sigue, la reina calabacina
reinando y salvando a muchas mujeres de relaciones nefastas para su autoestima.
Muchas mujeres han tirado la diadema floja y se han ajustado
la corona una vez han leído el libro.
Las
reinas tienen normas propias. Unas que fomentan el bienestar interior, crean
paz en su corazón y tejen felicidad en su alma. Una reina sólo se rinde cuentas
a sí misma. La opinión que yo tengo de mí –mi conciencia- es mía. La opinión
que los demás tengan de mí, es suya. Por eso, sólo me ocupo de quedar bien con
mi conciencia.