¿Qué está pasando en el feminismo?
¿Cómo es que la Política anda tan perdida?
¿Se
estará gestando un ‘seísmo’ de efectos impensables, no controlables y con
efectos irreversibles?
La
deriva política no es exclusiva de ningún país, nadie está libre -al menos, eso
parece-, de una suerte de conspiración mesiánica inspirada, no se sabe muy bien
por quién ni por qué pero si el ‘para qué’, visto el resultado y los efectos de
la reingeniería social. Volver a la oscura Edad Media en todos los sentidos parece
ser la ‘meta’, eso sí, con la aquiescencia de un gran parte de la sociedad
engañada o alienada por la promesa de un ‘mundo mejor, más justo, más
respetuoso con la Tierra’. Curiosamente, la gente cada día debe enfrentar
mayores dificultades económicas mientras que, la clase dirigente, los ‘amos’, viven
mejor tal y como solía ser habitual en la Edad Media. Si el daño se hubiera
circunscrito a lo económico, el daño sería fácilmente subsanable o, al menos,
eso queremos pensar los más optimistas. El peor de los daños es siempre el
espiritual. La destrucción moral unida al hambre, es un arma muy poderosa por
cuanto, con la destrucción del amor propio, la gente es fácil de manipular al
no ofrecer resistencia. Al menos, no la suficiente para lograr frenar el avance
de un totalitarismo envuelto en papel de regalo y con un gran lazo rojo.
Si
se quiere lograr la sumisión de una persona se deben sacudir sus cimientos, sus
creencias, hacerle creer que, además de estar equivocada, su ‘mapa de la
realidad’ no lo ha escogido libremente sino que le ha sido impuesto por una
sociedad heteropatriarcal que sólo busca el sometimiento sin rechistar de
cualquier individuo, ya sea mujer u hombre. Todo ello es el resultado fruto de
muchas y diversas estrategias mantenidas y actualizadas a lo largo del tiempo
que actúan en las diversas capas de la sociedad y engloban todos los niveles
del ser, tanto como individuo como ser social.
¿Reingeniería
social?
En
efecto. ‘Alguien’ decidió que el rumbo del mundo debía ser alterado o sesgado.
Quizá la sociedad había alcanzado un punto de libertad e independencia que
comenzó a molestar a los ‘amos’. De hecho, algo que ha sido constante a lo
largo de la historia de la humanidad es que los ‘contestatarios’, los rebeldes,
los transgresores… nunca fueron bien vistos y sí perseguidos y castigados.
Jesús fue un gran transgresor. Martin Luther King también se atrevió a ser
transgresor. La Madre Teresa de Calcuta, Juana de Arco y tantos más conocidos y
anónimos se hartaron de ‘encajar’ en un molde que ni habrían fabricado ellos ni
lo querían para sí. El ‘molde’ que ofrecen los ‘siervos de los amos’, es incómodo,
asfixiante, alienante. No en vano, es un ‘molde’.
El
feminismo luchó por la igualdad y la libertad de las mujeres. Las feministas perseguían
el objetivo de que toda mujer, sin importar su edad, raza o condición social,
fuera considerada igual ante la Ley, que pudiese tener acceso a los mismos
puestos de trabajo y cargos que cualquier hombre. Esto es, que la variable ‘sexo’
(ahora lo llaman ‘género’, aunque género sólo lo puedan tener las cosas), no
fuera un obstáculo. Después de mucha lucha, lograron su objetivo. Así ha sido en
la mayoría de países del mundo excepto en aquellos en los que o bien no hay
libertad para nadie o bien las mujeres siguen siendo consideradas como ‘de
ínfima categoría’ (caso Irán).
Habíamos
alcanzado un punto en el que nadie parecía meterse ya con las mujeres ni osar
tratarlas como inferiores ni menospreciarlas porque, ellas, en general parecían
haber aprendido a respetarse a sí mismas, liderar su destino vital y vivir
acorde a ‘soy lo mejor que me ha pasado’.
La
transformación nunca es global, siempre hay quien se queda fuera de la
evolución o del progreso. Ni todos los hombres estuvieron dispuestos a
renunciar a sus privilegios de macho ni todas las mujeres supieron o se
atrevieron a emanciparse del yugo machista. Algunas otras, se hicieron un lío
en nombre del ‘amor’.
Con
el victimismo nos topamos.
En
el amor romántico lo que suele complicar la marcha de la relación son, a saber:
las expectativas y las necesidades de cada uno de los integrantes de eso
llamado ‘pareja’. Empero, aquello no resuelto que llevamos en el inconsciente
(‘la sombra’ según C.G. Jung), es el factor determinante. Cuando se está en
proceso de elegir pareja, el gran y la naturaleza de la necesidad que se tenga
de tener/estar en pareja, es determinante. Se da el caso tanto de hombres como
de mujeres –el sexo no es factor decisivo como no lo es la opción sexual-, que
andan ‘desesperados’ por la vida tratando de hallar a su ‘media naranja’ –busca
a su otra mitad en otra persona en lugar de buscarla en su inconsciente-, algo
que, de por sí, ya es estar invocando al dios de los problemas.
¿Cómo
puede ser esto?
Quien
busca a ‘su otra mitad’ en otra persona apunta maneras, es candidato a asistir
a terapia para ‘reencontrarse consigo mismo’ y recomponer las partes negadas de
sí mismo. Tarea, nada fácil y que no se completa en pocas sesiones ni en
algunas semanas. Asumir las riendas de la vida propia es una tarea encomiable,
un viaje de autoconocimiento sólo apto para valientes, audaces y/o hartos de
malvivir su vida y fastidiar su destino.
Quien,
por el contrario, no quiere asumir las riendas suele optar por echarle la culpa
al otro. Y, ¡voilá!, el victimismo hace acto de presencia en las relaciones. De
preferencia, es una estrategia de supervivencia elegida por las mujeres.
¿Por
qué?
Puede
que ello se deba a que, a pesar de la lucha feminista y los avances en materia
de igualdad, el machismo sigue siendo determinante y su influencia casi
imposible de eludir. Quizá esa sea la explicación de por qué la mujer
maltratada emocionalmente por ella misma (de no hacerlo, no estaría en relación
con un hombre que la maltratase, ni con uno que pasase de ella, ni con uno que
no le conviniese…), en vez de hacer uso de su capacidad de liderazgo opta por
victimizarse. Hay una parte de la sociedad disfuncional que ‘necesita’ de
víctimas a las que rescatar, por eso, en lugar de enseñarlas a llevar las
riendas de su vida, ponerse la corona y no permitir que nadie las humille o
ningunee, se afana en hacerles creer que ‘él’, o sea, el hombre, es el malo y,
por ende, el origen de todos sus males. De enseñarlas a ser lo mejor que les ha
pasado y liderar su vida emocional, se quedarían sin ‘misión’.
¿Es
feminismo el actual feminismo?
¿Es
posible que se haya creado un pseudofeminismo con el fin específico de
discriminar a las mujeres y convertirlas en ‘mujeres de primera’ y en ‘mujeres
de segunda’ en base a sus ‘creencias’?
¿Cuáles
pueden ser los síntomas que hacen pensar que hay un feminismo que no pretende
englobar ni representar a todas las mujeres?
¿Entra
dentro de la lucha ‘feminista’ el que un hombre, al haber decidido ‘ser mujer’,
a pesar de seguir siendo hombre físicamente, pueda competir con mujeres que son
biológicamente mujeres a diferencia de esas ‘mujeres’ cuando, en verdad, un
hombre biológicamente hablando? Capítulo aparte es el que cada uno tenga
derecho a ‘sentirse’ del sexo que sea, tener la opción sexual que desee, tener
las creencias que quiera tener, profesar la religión que le venga en gana y
etcétera. El cómo uno decida pensarse, vivirse, sentirse… es algo indiscutible,
entra dentro del amplio espectro del derecho a la libertad, por algo fuimos
dotados de libre albedrío en nuestro origen divino. Ahora bien, los derechos
conllevan responsabilidades. Algo que, algunos y algunas, parecen ignorar a
juzgar por sus actitudes.
Como
decía, ¿es misógino, machista o, por el contrario, es feminista aceptar que un
hombre, que ha decidido mutar en ‘mujer’ (conceptualmente hablando), compita en
deportes en el apartado femenino y no con sus iguales genéricos masculinos?
Igual
la solución es abolir la ‘clasificación’ hombres y mujeres en el deporte y que
compitan todos contra todos sin diferenciar el sexo ni las características
inherentes a la biología. Procedamos como se procede cuando de la inteligencia
y la capacitación intelectual se refiere.
Ahora
bien, ¿no chocaría eso con el ‘dogma’ del nuevo feminismo según el cual, el
hombres es malo por el hecho de serlo? Si ellos son tan malos y deben ser
marginados, ¿cómo van las mujeres a competir con hombres en el deporte? Y,
sobre todo, si la biología no es lo que nos convierte en hombres o en mujeres,
¿cómo puede ser que un hombre biológico sea malo por el hecho de sus hormonas?
¿Seguiría siendo, pongamos por caso, psicópata o violador aunque decidiese
‘trans’ y pasar a ser ‘mujer’?
Por
mi parte, opino que la bondad o la maldad no es patrimonio de un sexo sino que
lo es de la psique. La bondad o la maldad trascienden la biología, el origen
social, la cualificación intelectual, el éxito o el fracaso profesional… Se da
el caso de personas con una infancia dura que, en lugar de convertirse en maltratadores,
y ‘devolver’ el año que a ellos les hicieron, se convierten en la mejor versión
de sí mismos y dedican su vida a ayudar a otros a salir de las situaciones
disfuncionales, usan el ‘mal que les hicieron’ como acicate para contribuir a
que el mundo mejore.
No
sólo es complicado ser hombre en una sociedad ‘hembrista’, también lo es ser
mujer siempre y cuando no se comulguen con las ruedas de molino y se pretenda
vivir al margen de las consignas de las auto denominadas nuevas feministas que,
además de creer haber inventado el feminismo, se arrogan el patrimonio de la
verdad y la superioridad típica de los regímenes totalitaristas que tantas
vidas ha costado combatir.
¿Cómo
hemos llegado a este punto en el que, unas mujeres, se sientan superiores a
otras en base a ciertas ‘creencias’, estilo de vida, actitudes vitales?
¿No
habíamos quedado en que, el feminismo, nació con el objetivo de lograr la
igualdad para todas las mujeres y para equipararlas a los hombres en todas las
esferas de la vida?
Sí
eso era así, ¿cómo puede ser que sean mujeres las que les hagan a otras mujeres
lo que ellas critican y dicen combatir? Esas que tanto criticaron y critican a
misóginos y tachan de machistas a cualquier hombre que ose llevarles la
contraria, desprecian, ningunean y sacuden con el ostracismo a toda mujer que
no sea de su ‘cuerda’: me refiero a la que opta por ser heterosexual, madre,
formar familia, tener vida espiritual, ser cristiana, no tragar el cuento del ‘cambio
climático’, no odiar a los hombres, no ser pro abortista…
Menuda
incongruencia.
La
igualdad debe basarse en la libertad de elección de todos y cada uno de los
elementos propios del ser humano en la esfera que sea.
Si
una mujer, en el mundo ‘libre’, puede casarse con quien le da la gana ya sea
hombre mujer o incluso consigo misma, si puede comprar una casa, si puede ser
directiva, ama de casa, madre, vivir sola, si puede votar y tener sus propias
ideas políticas, si puede profesar la religión que quiera u optar por ser atea…
¿Cómo vienen ahora unas mujeres y pretenden decirles a ‘las mujeres’ cómo
tienen que vivir, ser, con quién se pueden o no acostar, cómo pueden o no
pensar?
Asimismo,
tampoco es admisible que haya que odiar sí o sí a un hombre.
Ni
todos los hombres son malos ni todas las mujeres son buenas.
Dentro
de un tiempo, si no se ha corregido rumbo, puede que haya, no sólo hombres con
problemas psicológicos (depresión…), sino también mujeres con altos niveles de
insatisfacción vital al haber permitido que sea ‘un grupo de mujeres’ –las cuales,
nunca tendrán las consecuencias del ‘estilo de vida’ que ellas imponen a otras
mujeres-, quienes que les digan, condicionen o impongan cómo ser, cómo vivir su
vida, qué ideas tener sobre sexualidad, familia…
Ahora
sí, vamos por muy mal camino.
Las
mujeres sensatas, con una psique despejada, libre de fanatismos y con un punto
de madurez emocional suficiente como para asumir el reto de llevar las riendas
de la vida propia y ser artífices de su amor propio (autoestima), deben liderar
un movimiento que nos devuelva la sensatez y promueva la libertad y el respeto de
y entre nosotras y de nosotras para con los hombres. Más allá del sexo está la
persona. Una cosa es identificarse con el sexo (género, como le llaman ahora),
y otra bien diferente es que esa identificación se distorsione y alcance rango
de sociopatía. Toda identificación patológica sólo crea problemas, desune y acaba
siendo el germen de guerras y esclavitud.
Yo,
personalmente, siempre fui una feminista-personista. Creo en la verdadera
igualdad del ser humano, esa que está basada en la libertad y en la
responsabilidad. He combatido la demagogia, el proselitismo, el estupidismo, la
victimización y la estulticia. Soy pro la dignidad del ser humano. Puedo
discrepar pero nunca dejar de respetar. Cada cual es libre de llevar su vida
como mejor sepa o quiera. Por eso, no le tolero a ninguna hembrista (así las
bauticé hace años en ‘La maldición de Eva’, Planeta 2006), que me imponga sus ‘mandamientos
sectaristas’, que se empeñe en que odie a los hombres o les haga lo que muchos
(no todos), les hicieron a las mujeres (algunas se rebelaron contra ello,
siempre las hubo valientes, díscolas…). Conmigo no cuenten para crear
desigualdad. Las mujeres que odian a los hombres y tienen ‘superioritis
aguditis de género’, en vez de seguir esparciendo su odio y combatiendo sus
demonios interiores tratando de imponer a los demás su ‘estrategia de
supervivencia’, harían bien en acudir al psicoanalista y trabajarse la ‘sombra’
(C.G. Jung).
Una
mujer que odia a los hombres tiene un serio problema con su ‘ánimus’
(C.G.Jung), además de la frustración no resuelta con su propia feminidad.
Techo
de cristal. Como buena transgresora que soy, diré que nunca creí en el ‘TC’. En
mi opinión, es una coartada que se inventaron las mediocres para disimular su
mediocridad y su falta de voluntad para luchar por sus metas. A mis 29 años ya
tenía un cargo directivo logrado por méritos propios. Nunca me rebajé, ni usé ‘armas
de mujer’. Tengo que confesar que hallé más oposición entre mujeres
incompetentes que entre hombre incompetentes (que también los hay y, en mi
caso, alguno dio la tabarra, un poco…). Las metas son posibles de alcanzar
cuando se cree en una misma y se está dispuesta a hacer lo que se tenga que
hacer (trabajar, luchar, mejorar, modificar, persistir, estudiar…), con tal de
alcanzar el objetivo marcado.
Las
mujeres seguras de sí mismas (las bauticé como ‘reinas con la corona bien
puesta’ en mi libro LA REINA QUE DIO CALABAZAS AL CABALLERO DE LA ARMADURA
OXIDADA, RBA 2004), apoyan a las mujeres, no compite con ellas ni contra ellas
con malas artes, no las desprecian sino que las apoyan. Las ‘reinas’ no odian a los hombres pues no
se sienten inferiores a ellos ni los usan como cubo de sus basuras y
frustraciones existenciales al asumir la responsabilidad de sus destinos. Las reinas
practican la filosofía eleanoriana del ‘nadie me hace nada que yo no le
consienta’.
Ser
transgresora, atreverse a tener opinión propia, llevar la contraria a las
hembristas y a los machistas, apoyar a las mujeres y a los hombres o al menos
darles respeto y no imponerles su criterio sino fomentar la libertad y la
independencia de criterio, es ser una buena feminista, una reina con la corona
bien puesta.
La
verdadera igualdad empieza en una misma.
‘Las
perdedoras siempre tienen una excusa, las Ganadoras siempre tienen un plan’.
‘Las
reinas no tienen necesidad de rebajar o igualar a nadie hacia abajo para
sentirse bien ni para quedar por encima’.
‘Las
reinas nunca se quitan la corona para parecer menos altas que un caballero de
armadura oxidada o que una damisela de diadema floja’.
“Las
reinas no entran en el juego de las damiselas de diadema floja, esto es, no les
permiten que les digan lo que tienen que hacer, qué tienen que pensar, cómo
tienen que vivir sus vidas, con quién pueden o no estar…”
Una
reina, jamás de los jamases, le permite a una damisela de aflojada diadema ni a
un caballerete de oxidada armadura que la ningunee, inferiorice o la manipule.
Una
reina es una buena feminista, transgresora, libre pensadora, valiente, amorosa,
empática, asertiva…
Una
reina es un alma que tiene muy claro que no es el cuerpo que habita sino un
alma viviendo una experiencia humana enfundada en uno de los dos trajes
terrícolas que hay disponibles para vivir la aventura humana.
Un
mundo de igualdad asertiva, humana y espiritual es posible.
Yo
pongo mi granito de magia. Y, ¿tú?
©
Rosetta Forner 17 Noviembre 2022
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