martes, 22 de noviembre de 2016

DESDE MI INFIERNO PARTICULAR

DESDE MI INFIERNO PARTICULAR (c) YO YA SOY FELIZ... (futuro libro de Rosetta Forner). “¿Sabes ser feliz? Y, ¿sabes hacerte feliz?”
La pregunta martilleaba mi corazón y mi cabeza al unísono. Maldita terapeuta que con sus preguntas me llenaba de espacios las excusas de mi ego despistado. En verdad, ella no tenía la culpa. Al fin y al cabo, la había buscado yo a ella, no ella a mí. Estaba harta de sufrir, de malvivir mi vida. Y ella se apareció como una suerte de hada buena a la que acudir en momentos de insoportable tribulación. Parecía tenerlo todo tan claro, tan controlado… En cambio yo, era puro desastre. ¿Qué tenían ella y esos otros que parecían tener vidas felices? ¿Acaso eran mejores que yo? ¿Por qué a ellos les había tocado la lotería de la felicidad? En cambio, a mí, me había correspondido el Gordo de la desdicha. ¿Sería el karma? Y… ¡una mierda! Ella era un hada. Yo era un ser humano perdido en la niebla de un destino con mucho desatino y poco sentido del humor. Ella era hermosa por dentro y por fuera. Yo… mejor no te lo cuento. Ella me miraba con los ojos del Universo. Yo me contemplaba a mí misma con las lentes empañadas por el desamor y el desasosiego vitales. Las hadas parecen tener respuesta para todo, y más ésta que es una respondona. No se calla una. Tiene preguntas para todas las cosas que le digo y réplicas. Quisiera dejar de asistir a consulta, pero mi alma me lo impide. Ella sostiene que las personas somos expertas en hacernos la vida muy desagradable cuando no imposible. Va a ser que tiene razón. Con que facilidad nos llenamos la cabeza de tonterías. Y, encima, nos las creemos. ¡Hay que jo…….robarse! Las tonterías son gratis, no cuestan nada y no hay que ir a ninguna a tienda a comprarlas, puedes adquirirlas a granel en tu cabezota, están ahí disponibles todo el día. ¡Ja! Y los piropos también. Y, las palabras agradables. Deberían prohibir las tiendas de ‘malos rollos’. A buen seguro que yo sería una proscrita. No tengo excusas para ser infeliz. Y, sin embargo, soy la reina de la fiesta de los infelices. Ella dice que quien no tiene problemas se los busca. Será que nos aburrimos de nosotros mismos. Pero, ¿es imposible una vida sin problemas? No. Ahí tienes la razón por la cual puedes ser infeliz sin culpabilizarte. ¡Va a ser que no! Eso es la excusa, la ‘alibi’, una opción pero no un castigo divino ni una imposición de la vida humana. Nos pasamos la vida fingiendo quienes no somos ni queremos ser. Cuando podríamos pasárnosla ejerciendo de nosotros mismos. En vez de ello, nos afanamos en ser infelices y darnos de comer bazofia espiritual. Así nos va. Tanto vivir en la miseria existencial que luego viene un gurú de pacotilla y allá que vamos a aprendernos sus consignas de memoria, las cuales no funcionan. Pero, ¿a quién le importa? Tan absortos estamos llenándonos del alma de culpabilidad que no nos queda tiempo para darnos cuenta de que nos la están dando con queso, y uno bien malo. Porque si fuese bueno, al menos, lo podríamos combinar con un buen vino y disfrutarlo. Nos venden fórmulas para ser felices igual que antaño se vendían fórmulas para que creciese el pelo. Ni un pelo crecía. ¡Ni de tonto ni de listo! Ni uno. Al principio pensaba que era yo la que tenía la culpa de que, la ‘fórmula’ del gurú de moda, no funcionase. A mí alrededor parecía funcionarle a todo el mundo. ¿Sería así de verdad? O, ¿era sólo el resultado de mi imaginación entrenada para ser agorera y pintar nubarrones donde antes sólo podría haber dicha? Dicen que la Virgen sólo se aparece a los tontos y a los pastorcitos. ¿Debería hacerme pastorcita o pasarme al club de los tontos? Seré infeliz, pero imbécil, ¡ni hablar! Si pudiese ver dentro de las personas vería mucha máscara social. Al menos es lo que dice mi hada -me gusta llamarla así, con el ‘mi’… A ver si se me pega algo bueno de lo suyo. Aunque bien pensado, me la imagino replicándome con un “¡No caerá esa breva!-. Máscaras sociales para disimular que son expertos en infelicidad. Y, digo yo, ¿por qué no ir a cara descubierta mostrando que en eso si somos expertos? ¿Será porque se lleva la felicidad? Pero, si casi nadie sabe hacerse feliz a sí mismo. Purito desastre. En la escuela nos inculcan el disimular la singularidad. Premian la mentira personal. ¿Cómo vamos a ser adultos responsables de nosotros mismos si desde pequeños nos abocan a la adoración de la hipocresía infeliz? Adoramos a los que fingen ser felices. Nos apuntamos a sus seminarios y leemos -qué digo leer-, ¡devoramos! sus libros. En cambio, cuando olfateamos a un auténtico le damos en los morros con el ostracismo y la displicencia: “Éste o ésta, seguro que va de sobrado”. Hace tiempo estuve en un congreso de coaching (los hay y muchos, a tutiplén, porque el negocio vende). Asistí a varias de las conferencias. Entre ellas a las de un psicólogo que usaba su enfermedad -estaba en un proceso de cáncer terminal y falleció pocas semanas después-, para atraerse la atención del público: la conmiseración es muy poderosa. Este hombre decía estar luchando contra el cáncer. El énfasis lo ponía en el ‘contra’. Todos los ejemplos que nos puso de como ‘poner límites’ eran más bien claudicaciones, humillaciones disfrazadas de ‘amor’. ¿Cómo podían no apercibirse los asistentes de su farsa? ¿Nadie más en la sala veía lo que yo? De no haber estado tan maltrecha mi autoestima, me hubiese levantado y le hubiese dicho cuatro cosas a ese farsante. Era un vendedor de crecefelicidad. Salí muy decepcionada de la conferencia. ¿Acaso había que estar enfermo para atraer a la gente? A un cierto tipo de gente, claro que sí. A mí, no. Soy rara, no encajo en ese panda de redileros que entonan el ‘bééé’ con entusiasmo rayando en el éxtasis. Mi consuelo es que el ser raro sirve para crear un mundo alternativo y acaso, mejor. Como puedes imaginar, tengo mucho tiempo para pensar. Me bullen las ideas, me acosan los miedos y me susurran al oído las ganas de pegarle una patada a todo y largarme a recorrer el mundo en busca de más marcianos como yo. No le voy a echar la culpa al karma. ‘Mi’ hada opina que cada uno creamos nuestro destino. Razón no le falta. Ahora bien, ¿por qué no echársela? Muchas de mis amigas lo hacen. Culpan al karma y a los hombres de todos sus males. Se desahogan y se quedan la mar de tranquilas. Les dura un rato. Eso sí, ¡vaya rato que pasan tan magnífico! Nunca pensé que yo podría tener coach –of course, queda mejor esto que decir tengo terapeuta o psicólogo-. Porque, seamos sinceras, lo del psicólogo está demodé, e impone pues parece que te falta un tornillo. En cambio, decir ‘tengo sesión con mi coach’ queda de un moderno que es ‘demasié’. A lo que iba, espero que haya alguien ahí afuera que lea esto. Porque escribir un blog para que no te lea ni tu madre, además de cutre, es patético. Y, lo último que quiero ser es patética. Puedo ser despistada, desastre, mandona, refunfuñona… Pero, patética, ¡jamás!

1 comentario:

  1. Aqui hay una que te lee, que le encanta lo que lee, y que anda peleando como una jabata a ver si por fin empieza a hacer lo que le salga de la varita.... y deja de que le afecte el que precisamente la castiguen por éso.
    Besos , y gracias

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