martes, 22 de noviembre de 2016

PUESTAS DE SOL Y OTROS MUNDOS DE DIOS No acertaba a saber por qué los atardeceres la embargaban de aquella manera. Era como si una cometa se enredase en los hilos de su alma y tirase de ella hacia arriba hasta tocar el cielo con la punta de sus dedos. Una suerte de compuerta se abría dejando paso a la memoria del espíritu. De pequeña solía imaginar que provenía de mundos lejanos. Le gustaba pensar de sí misma que era de ‘otro planeta’. Y, puede que estuviese acertada. Se sentía un bicho raro entre sus semejantes –semejantes de cuerpo físico que no de los otros cuerpos celestiales que habitaban en ella-. Los bosques eran lugares mágicos donde perder el tiempo. Aquellos inmensos secuoyas, casi tan viejos como la tierra que los vio florecer parecían escuchar sus pensamientos y darle ideas con las que enhebrar nuevos sueños. Podía escuchar las ideas circular por sus neuronas mientras paseaba por el bosque. Se sentía feliz paseando en la única compañía del viento.

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